Un hincha del Barça recibe un centenar de latigazos por ver la final de la Liga de Campeones. Parecía estarse extinguiendo la categoría de mártires y héroes. Hasta hace algún tiempo los había por defender la religión, por razones de honor en la defensa de la Patria y por algún comportamiento de alto valor humanitario o militar. Lo que no había era víctimas de su afición al fútbol. Pero ya tenemos el primero, un seguidor del Barcelona a muchos miles de kilómetros del Nou Camp.
La historia ocurrió en el Desh, el nombre más apropiado del mal llamado hasta ahora Estado Islámico, IS o ISS, que tanto viene dando qué hablar y tanta preocupación mundial está despertando. Un culé iraquí, pecador empedernido, se dejó tentar por su condición de hincha del Barça y desafiando las prohibiciones impuestas en aquellas tierras por los yahadistas que siembran el terror, no se le ocurrió peor idea que deleitarse en la clandestinidad con la final de la Liga de Campeones y gozar del triunfo de su equipo.
Pero algo debió ir mal porque los terroristas del lugar se enteraron y el buen aficionado fue detenido, juzgado a toda prisa y condenado a recibir sobre sus espaldas un centenar de latigazos con un haz de correas de cuero. Su sangre como consecuencia de tan doloroso castigo es una prueba de que los terroristas de la Yihad no se andan con bromas. Con la misma facilidad con que cortan cabezas bajo el sol de la playa, se vuelven inmisericordes con quienes incumplen el rigor con que aplican la sharía.
No sabemos a qué sura se remitirán los improvisados jueces del Daesh para aplicar la Ley. Los pecados del fútbol, que los hay en su alrededor y gordos, sin embargo no aparecen en todo el texto del Corán ni consta que Mahoma censurase semejante deporte que él, por aquel entonces, ni conocía ni sospechaba que pasados los siglos despertaría tantas pasiones lo mismo entre sus seguidores que entre los infieles. Tampoco consta que el juez o los encargados de la ejecución fuesen forofos del Real Madrid.
