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¡Qué veranito en Cuba!

La cotorra Irina y el perro Max

La cotorra Irina y el perro Max

Para colmos, cada mortal que cruza esa puerta, viene con la misma seguidilla del disgusto de turno y echando pestes lo mismo de los precios que de esas vomitivas explosiones solares que la NASA acaba de anunciar y que uno recibe como lengüetas de fuego en el mejor de los escondites ¿Será por ello lo del escozor del can?

Es que tenemos de todo en este pandemonio. Igual que cuando de pequeños nos obligaban a la desagradable cucharada de la leche magnesia o a otra peor, la del aceite de hígado de bacalao, y sentarse, como de penitencia, a despedir la noche con un culebrón turco de incomprensible aceptación femenina.

Esto, si no nos sorprende un corte de electricidad y que suba el vecino, linterna en mano, con nuevas malas de última hora. Las buenas no abundan. Son excepcionales.

¿Habrá fallecido ya aquel genio publicitario que inventó lo de “Cuba un eterno verano”?

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