El aeropuerto de los despropósitos

Opinión

El aeropuerto de los despropósitos

Del aeropuerto de Castellón de la Plana ya hemos escrito muchas cosas y la verdad es que ninguna buena. Pero todavía no hemos terminado de enumerar las malas, los despropósitos que empezaron con su construcción a todas luces innecesaria y no terminan por mucho que los periódicos sigan enumerando la sarta de despilfarros que acumula todavía sin estrenarse. El penúltimo, el monumento que en medio de la crisis se está levantando en mayor gloria – dudo que en honra – a Carlos Fabra, el tétrico visitador de juzgados, promotor de la idea y hasta hace unos días presidente de la Diputación provincial.

Ahora resulta que además de no tener vuelos, sus pistas no permiten que los aviones despeguen y aterricen con las garantías de seguridad que debe ofrecer un aeropuerto. Cómo no se vio antes y cómo los ingenieros no se percataron del error de cálculo es un misterio relativo. Al parecer las deficiencias ya se conocen desde 2011, desde antes de que se llevase a cabo la esperpéntica inauguración sin vuelos pero abundante parafernalia propagandística electoral. El señor Fabra se deduce que no quería ver empañada la fiesta quizás porque ya era consciente de que para pasear los vecinos de la tercera edad, que era el destino real a que parecían predestinadas las pistas, el peligro no existía.

Fabra sigue siendo el presidente de la promotora del despilfarro, Aerocas, y manejando sus presupuestos que siguen costándole al contribuyente continuos ojos de sus caras. Rectificar el error de las pistas supondrá ochenta millones de euros que la administración autonómica se resistirá a poner sobre la mesa y mientras tanto, hay que seguir pagando la seguridad, la limpieza y otros muchos servicios, por ejemplo el alquiler, que saldrá por 112.000 euros, de ocho halcones amaestrados y doce hurones para que se encarguen de mantener el terreno y el espacio aéreo libre de reptiles y aves que puedan molestar a unos aviones que no se esperan. Parece una historia de humor, pero es real, tan real como la predisposición de Fabra a ocultarse tras unas impenetrables gafas de sol.

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