La crisis exige quitarnos la corbata, parece. No hay bien que por mal no venga. Hace mucho que teníamos a la corbata como un objeto inútil e incómodo. Y, sí, parece que la crisis nos está librando de semejante incordio. Miguel Sebastián, el ministro de los ahorros tontos, de las bombillas y los 110 kilómetros, ha dado el primer paso. Con corbata aumenta el gasto de electricidad, así que lo mejor es tirarla a la papelera y respirar sin agobios la contaminación asfixiante madrileña.
Claro que Bono, el presidente del Congreso, siempre resolutivo y tan conservador para algunas cosas, debe de ver la corbata como un ornamento religioso. Porque la defiende igual que si se tratase de una reliquia de la catedral de Toledo. Hay que vestir con decoro, dice. Lo que ocurre es que decoro es una expresión que no está bien tipificaba en el diccionario, y sobre la corbata no se pronuncia. Por eso tenemos a los dos próceres socialistas a la greña en la Cámara, tal y como si la corbata en el Hemiciclo fuese el gran problema político que enfrentamos los españoles este verano. Mientras en Europa debaten la cuestión de la deuda griega y su incidencia en el futuro del euro, mientras aquí vemos desbocarse la prima de riesgo, en el Congreso se discute el futuro de la corbata.
Los españoles siempre hemos sido así de inoportunos e incoherentes. Como país que vive mayormente del turismo deberíamos dar ejemplo de despelote veraniego, por lo menos mientras Rouco Varela no proteste, pero Bono quiere a nuestros representantes políticos encorbatados y en perfecto estado de revista para que luego den bien en el Telediario y luzcan aire burgués. En otros parlamentos europeos con mayor tradición, en esos detalles no se entra, porque cada diputado responde a sus votantes y no a la variedad de su fondo de armario, pero aquí, y seguramente Bono y Sebastián no se han olvidado, somos patrioticamente diferentes. Hasta para pelearnos como niños de guardería por muy sexagenarios que nos hayamos vuelto.
