Susana Díaz y Mariano Rajoy, los ‘cruzados’ del Viejo Régimen

Detrás de la cortina

Susana Díaz y Mariano Rajoy, los ‘cruzados’ del Viejo Régimen

Rafael Alba

La presidenta andaluza se convierte en la mejor aliada del político gallego en su batalla por salvar el sistema. Esta es la solución a la que parecen estar abocados los nuevos ‘jefes’ del debilitado PSOE: sacrificar a once de los 85 parlamentarios, 84 si se excluye al diputado canario asociado, que ahora tienen para que, con su abstención, o su ausencia, propicien en la segunda votación de la próxima sesión de investidura que se prepara, el nuevo nombramiento de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Solución vergonzante sin matices en todos los casos, pero más ahora, cuando el ruido de fondo de los juicios de la Gürtel y las ‘tarjetas black’, nos recuerda a todos, perfectamente, como hemos llegado hasta aquí e incluye en los ecos de su tonalidad, la nota fantasma de los Ere que no suena, pero está presente en el contexto armónico.
 
Y puede que los electores españoles hayan pasado página y los escándalos de corrupción que afectan a todos los partidos, según los portavoces palaciegos asimilados que el PP tiene en los medios, estén ya amortizados y superados tras esas dos votaciones en las que, incomprensiblemente para las devastadas fuerzas del cambio, el presidente del Gobierno en funciones ha vuelto a encabezar la candidatura más votada. Pero ya se sabe también, y los números lo demuestran, que el electorado de centroizquierdas es mucho menos tolerante y permisivo con estas conductas. Y, por eso, el viejo partido del puño y la rosa no ha vuelto a ser el mismo desde que en la década de los noventa se vino abajo el tinglado de Felipe González y quedaron al descubierto todas las tramas de corrupción de un partido que, de momento, no ha logrado sanear la podredumbre interna todavía. Y eso que ya han pasado muchos años.
 
En Madrid, por ejemplo, el PSOE se ha ganado a pulso su irrelevancia año tras año. En parte por ese extraño sindicato de intereses formado entre políticos socialistas y populares que ha campado a sus anchas en la autonomía durante años. ¿Recuerdan el ‘Tamayazo’?, ¿los enjuagues de Caja Madrid? ¿Los socialistas de la trama Púnica? ¿Las cuentas del Tranvía de Parla? Pues si lo hacen, ahí encontraran unos cuantos motivos, muy distintos del presunto acoso carroñero que Unidos Podemos y Pablo Iglesias estarían realizando, para explicar la debacle de ese presunto partido histórico de izquierdas que lleva muchos años sin levantar cabeza.
 
Claro que todas estas cuestiones quizá sirvan también para explicar porque hay un sector entre los dirigentes socialistas que siente tanta ‘empatía’ por ese PP que debería estar en horas bajas y no termina de estarlo gracias a la respiración asistida que lleva recibiendo del PSOE desde hace muchos años. Y también a la inestimable ayuda de los independentistas catalanes, cuyas formaciones políticas más relevantes en la historia reciente también están corroídas y necesitan azuzar un proceso innecesario y reinventarse cada día al pérfido enemigo español, para sobrevivir.
 
Y en estas estamos, cuando con la excusa del bloqueo, los barones socialistas aliados con Susana Díaz se disponen a alargar, al menos otros cuatro años, la vida de este sistema enfermo, por medio de una abstención técnica, mayoritaria o parcial, como describíamos al principio, para impedir de paso que la regeneración que necesita con urgencia la política española se produzca más pronto que tarde. Pero ella, que supuestamente ambiciona el trono nacional de su partido, no puede permitir bajo ningún concepto que haya diputados críticos que se salten la disciplina de voto y mucho menos si representan federaciones enteras o partidos asociados con tanto peso histórico como el PSC catalán que, no lo olvidemos, tiene una identidad jurídica propia y no es, ni mucho menos, la sucursal del PSOE en aquel territorio.
 
Díaz sabe que, si esa disidencia se produce, ella será un cadáver político, quizá no en Andalucía, donde de todas formas tendrá que enrocarse para resistir, pero sí como posible aspirante a jugar algún día un papel relevante en la política nacional. Lo será porque el gobierno que viene, ese que llegará gracias a la ayudita socialista tendrá que enfrentarse a un panorama muy negro, lleno de amenazas económicas globales que pueden materializarse en el peor escenario posible si, finalmente, el Deustche Bank estalla, ese banco zombi según muchos analistas, cuya catástrofe habría sido evitada hasta ahora, dinamitando la Unión Europea y empobreciendo al sur del continente con las políticas de ajuste.
 
Sí amigos, ese Ejecutivo al que los socialistas de Díaz piensan dar vía libre tendrá que volver a coger las tijeras y hacer nuevos recortes con serias posibilidades, dado la habilidad demostrada hasta ahora, de cargarse en dos tardes la débil recuperación económica actual que, por lo menos, nos ha permitido respirar un poco mejor a todos. Y, encima, mientras eso pase, seguiremos asistiendo perplejos al desfile de delitos cometidos en el pasado por los representantes de la misma clase política que va a seguir al mando. Y aunque, puede, que no es seguro, que el PP sobreviva a esa nueva tormenta, el PSOE va a tener, según parecen demostrar las secuencias históricas para evitar su hundimiento definitivo.
 
Excepto que los disidentes consigan tomar el mando y llevarán a cabo una profunda operación de limpieza en las cuadras socialistas. Por mucho que tengan que rodar unas cuantas cabezas y haya que romper un par de jarrones chinos. Y puede, sólo puede, que en el grupo compacto de barones que apoyan a esa ambiciosa política andaluza que se juega su propia supervivencia en el envite, haya alguno que no quiera sacrificar el futuro del partido en el altar de esa improbable lideresa. Y que abogue, por lo tanto, por encargar el trabajo sucio a esos once hombres sin miedo de los que hablaba antes. ¿Serán todos del PSOE andaluz? ¿Se verán reforzados por algún antiguo peso pesado dispuesto a hacerse el harakiri? No parece que el presidente de la gestora, Javier Fernández, lo vaya a tener fácil. Pero, esta vez, seguro que consigue cuadrar el círculo, porque es sabido que las terceras elecciones son una amenaza para todos.
 
Sí también para Rajoy. Al presidente le da pereza para empezar. Y para seguir, no tiene tan claro que esas encuestas favorables se conviertan en números reales que le acerquen a la mayoría absoluta porque lo probable es que, si gana un par de diputados o diez, sean los mismos que pierdan los Ciudadanos de Albert Rivera. Con lo que el llamado ‘bloque constitucionalista’ no aumentará de tamaño. Y hasta puede reducir sus dimensiones si los chicos listos de Unidos Podemos consiguen esta vez rapiñar unos cuantos votos más en Cataluña, por ejemplo, a ese PSOE que sigue desplomándose.
 
Además, el presidente del Gobierno en funciones sabe muy bien que mientras siga lloviendo con fuerza en los juzgados, su mejor opción es mantenerse firme en la poltrona y, en ese sentido, más vale pájaro en mano…, ya saben. Con todos esos procesos abiertos, lo mejor es seguir al mando, porque una vez fuera de él, si por casualidad los resortes del aparato del estado quedarán en manos de otros, las posibilidades de encontrar cobijo bajo la tormenta serían mucho menores. Y los juicios, no lo olvidemos, no son nunca buenos, ni siquiera para aquellos que finalmente logran salir indemnes de esas cruentas batallas.
 
Hace semanas que se comenta en Madrid que la suerte de Mariano Rajoy, y de otras figuras del PP como Esperanza Aguirre, depende, en parte, del silencio de muchos viejos amigos con quienes compartieron mesa y mantel en los años de la corrupción. Claro que no conviene conceder demasiada verosimilitud a estos rumores, probablemente. Sin embargo, la declaración de ese Francisco Correa en el juicio de la Gürtel, esa en la que no se nos ha contado nada nuevo, le ha puesto los pelos como escarpias a más de uno. Sobre todo, porque el asunto no está aún sentenciado y mientras llega el veredicto todavía el partido está vivo y pueden pasar muchas cosas.
 
Así que Mariano Rajoy confía en que su aliada circunstancial, o duradera nunca se sabe, Susana Díaz, a la que tan feliz hemos visto el pasado miércoles en las tribunas Vips del desfile de la Fiesta Nacional le confirme el contrato de alquiler de La Moncloa durante otros cuatro años. O los que hagan falta, porque con esta chica tan razonable, tan patriota y con tanto sentido de estado, seguro que se puede formar si llega el caso una ‘Gran Coalición’ para salvar España e impedir para siempre la posible llegada de los ‘podemitas’ al poder y hacer hincar la rodilla al pérfido enemigo catalán a quien tanto deben los españoles bien pensantes.

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