El dilema de Sánchez: acercarse a Iglesias o rendirse ante Rajoy

Detrás de la cortina

El dilema de Sánchez: acercarse a Iglesias o rendirse ante Rajoy

Rafael Alba

Las presiones del ala derecha del PSOE amenazan con convertir al partido en un apéndice ideológico de sus viejos enemigos del PP Parece ser un secreto a voces, aunque no existe una confirmación fehaciente de su certeza. Medio PSOE, todos los barones regionales, el ‘felipismo’ residual y los ‘antipodemitas’ viscerales estarían por la labor de que Pedro Sánchez, el pobre secretario general al que le ha tocado lidiar con el ‘marrón’, rindiera la plaza y entregase las llaves de La Moncloa a su archienemigo Mariano Rajoy y al PP que no sólo le habría derrotado al propinarle dos sonoras palizas en las urnas, la segunda mayor que la primera, por cierto.
 
Además, le humillaría por completo al obligarle a convertirse, por responsabilidad, en un aliado necesario que le facilitara la formación de un gobierno que no ha logrado alcanzar ni con una victoria suficiente en las urnas, ni con una oferta de pacto atractiva para cosechar aliados entre los partidos conservadores que se sientan ahora en el Congreso de los Diputados.
 
Sin embargo, nadie con mando en plaza entre los socialistas se atreve a decir en público que el partido debe abstenerse para permitir que Rajoy vuelva a formar gobierno. Es una píldora complicada de tragar, que viste poco y que, además, podría convertirse en una patente de corso para Pablo Iglesias y los suyos, esas mesnadas de Unidos Podemos que parecen sumidas hoy en el desconcierto, y que, a partir de ahí, se quedarían con el monopolio del ejercicio de la oposición de izquierdas.
 
Una circunstancia que, además, se visualizaría muy rápido, menos de un mes después del primer debate de investidura, cuando se celebraran las elecciones autonómicas previstas en Galicia y el País Vasco. Y ese estigma es una marca demasiado visible para presentarse con ella estampada en la piel como candidato a liderar el PSOE en el próximo congreso del partido que no puede tardar ya demasiado en celebrarse.
 
Pero ese no es el único problema al que se enfrenta la confundida dirigencia socialista en estos momentos. A pesar del espejismo andaluz, esa comunidad en la que sí ha sido posible un gobierno socialista gracias al apoyo parlamentario de Ciudadanos, lo cierto es que el partido de Albert Rivera no se ha confirmado como esa bisagra buena para todos que permitiría a las dos grandes formaciones políticas de siempre, los socialistas y los populares, perpetuar su control del poder en una suerte de bipartidismo imperfecto donde la muleta naranja lo mismo sirviera para un roto que para un descosido. A estas alturas, ya es evidente que no va a ser así.
 
Lo mismo que sucede en los otros grandes países europeos y hasta en EEUU, la socialdemocracia no parece tener más que dos opciones para ‘tocar’ poder, o rendirse y situarse bajo la bota de la ideología neoliberal en coaliciones ‘vergonzantes’ o asumir que en la actual situación su vieja ala izquierda se ha fortalecido y ya no se puede funcionar como si esa sensibilidad fuera una tendencia minoritaria.
 
Así que, por mucho que el ala derecha del PSOE intente evitarlo los socialistas no tienen otro remedio a medio plazo que entenderse con Unidos Podemos para volver a La Moncloa, lo mismo que han hecho en la mayor parte de autonomías y municipios dónde han conseguido recuperar el poder. La regeneración democrática y los cambios en la política económica que el electorado progresista desea sólo pueden llegar si esta alianza se formaliza.
 
Y eso es algo que los líderes de ambas formaciones saben perfectamente a estas alturas, por muy complicado que les resulte de aceptar en público. De modo que, si no lo hacen ya habitualmente, Sánchez e Iglesias no van a tener más remedio que superar sus evidentes diferencias personales y hablar para armar propuestas políticas conjuntas en el Congreso de los Diputados que puedan servir para hacer visible ante los ciudadanos los mimbres de ese cambio que no termina de aglutinar una cantidad de apoyos electorales suficientes para convertirse en realidad.
 
Pero no sería justo cargar toda la responsabilidad de esa falta de entendimiento que existe entre las fuerzas progresistas sólo en los hombros de Pedro Sánchez. Hay algunos otros responsables y un auténtico problema de fondo que Iglesias y sus aliados no pueden soslayar y que también afecta a Alberto Garzón, el otro gran desaparecido en combate de estos primeros compases de la legislatura.
 
La dependencia electoral que la coalición ha desarrollado del voto ambiguo de los nacionalistas de izquierdas es un lastre evidente que complica, desde hace mucho tiempo, el crecimiento de Unidos Podemos en aquellas zonas de España en las que no hay pulsiones separatistas latentes. Y ese asunto, no es sólo la excusa perfecta con que la ‘casta’ socialista puede bloquear el necesario acercamiento entre las dos formaciones progresistas también es un problema real al que Podemos y sus aliados tendrán que hacer frente más pronto que tarde.
 
La ambigüedad de la izquierda ante un asunto que no plantea ningún tipo de problema para las fuerzas conservadoras lleva muchos años pasando una cuantiosa factura a cualquier intento de cambio o regeneración política que se intente poner en marcha. Y lo seguirá haciendo eternamente mientras no se afronte el problema para resolverlo de un modo definitivo.
 
Esta más que comprobado que el nacionalismo es una ideología conservadora y excluyente que casa muy bien con cualquier posicionamiento político situado a la derecha del arco parlamentario y por eso, figuras prominentes de esta tendencia como Mariano Rajoy, Albert Rivera, Esperanza Aguirre, Marine Le Pen, Boris Johnson, Vladimir Putin o Donald Trump, por ejemplo, se envuelven en sus respectivas banderas y se nutren ideológicamente del rechazo al distinto.
 
Sin embargo, la izquierda es internacionalista. Desde siempre. Desde el mismo título de ‘La Internacional’, la canción que estas formaciones han utilizado como himno durante años. Porque desde un punto de vista progresista es imposible entender que la bonanza económica de unos se base en la explotación de una mayoría. Y, por lo tanto, ese ‘trágala’ en forma de referéndums o consultas independentistas que Iglesias, Garzón y algunos otros quieren imponer a sus votantes potenciales no va a funcionar. Ni existe el independentismo de izquierdas, ni va a resultar fácil que la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles olvide los crímenes o los desmanes que algunos han cometido amparándose en determinadas banderas.
 
Y no me refiero sólo a los asesinatos promovidos por los defensores de la lucha armada en Euskadi. También están los robos generalizados y las purgas ideológicas disfrazadas de campañas de defensa de un idioma y unos supuestos rasgos identitarios diferenciados que se han llevado a cabo en Cataluña durante décadas. Por cierto, que, en este segundo caso, nada hubiera sido posible sin la complicidad y el buen entendimiento que durante décadas se estableció entre Jordi Pujol y sus compinches y políticos ‘españoles’ como Felipe González o José María Aznar, ese líder del PP que hablaba “catalán en la intimidad”.
 
Una circunstancia de la que tampoco convendría olvidarse justamente ahora porque vivimos el momento en que las fuerzas soberanistas conservadoras parecen dispuestas a cosechar el fruto de sus pacientes años de trabajo, gracias a la complicidad de una izquierda que ha permitido que esta reivindicación de unos pocos grupos concretos condicione toda la agenda política nacional.
 
¿Aprenderán el PSOE y Unidos Podemos la lección? Corregirán los errores estratégicos cometidos por culpa de los cuales se ha derrochado el mayor capital político progresista que ha existido en España desde los tiempos de la transición. Seamos optimistas y pensemos que sí. A pesar de que todo parece indicar lo contrario. A la izquierda parece costarle mucho más que a la derecha dejar a un lado las cuestiones secundarias para centrarse en lo que verdaderamente importa.
 
No hace mucho, en esa inesperada votación parlamentaria que convirtió a Ana Pastor en presidenta del Congreso de los Diputados vimos una nueva demostración de este hecho que está más que contrastado gracias a los hechos acaecidos de modo recurrente a lo largo del tiempo. Ya vieron como el nacionalismo catalán conservador demostró su buena voluntad al facilitar al PP ese puesto clave que Rajoy ha utilizado y utiliza para sacar adelantes sus planes de reelección manejando a su gusto los tiempos institucionales.
 
¿Tendremos pronto otra posibilidad de que los separatistas catalanes conservadores demuestren su buena voluntad y su disposición a ayudar a sus queridos hermanos ideológicos españoles? A lo mejor sí. Recuerden que, también en septiembre, el presidente catalán Carles Puigdemont, debe someterse a una cuestión de confianza. Una votación en la que, en teoría, su futuro depende de los radicales de izquierdas de la CUP. ¿Podría el prohombre intercambiar favores con el ‘enemigo’ español en una situación desesperada? ¿Arnica a cambio de un puñadito de abstenciones estratégicas?
 
Todo parece indicar que no, pero, cualquiera sabe. No hace falta que les diga que hemos visto ya unas cuantas cosas raras y que nos quedan otras muchas por presenciar. De modo que, por muy extraño e improbable que parezca, no descarten ninguna opción. Ni siquiera esa. Como dice la canción de Rubén Blades que tanto éxito tuvo en la Cataluña salsera de los ochenta, “sorpresas te da la vida”.
 

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