Los bares de Tías

Opinión

Los bares de Tías

Diego Carcedo, periodista

Nada ni nadie miente mejor que una estadística rigurosa, ya se sabe. Estos días circuló por ahí con la mayor impunidad una sobre la proliferación de bares en España y, como un reflejo más de la crisis económica, la preocupante rapidez con que muchos están teniendo que bajar las persianas. Algunos titulares de medios electrónicos fueron muy elocuentes; el grueso de la información aseguraba que en los últimos tiempos habían cerrado ya más de 72.000 bares en España y, eso se deducía, seguramente todavía no serán los últimos porque aún quedan abiertos, prestando sus servicios dignos en la inmensa mayor parte, más de 350.000.

Muchos, o cuando menos demasiados para quienes desde otras latitudes ven a los españoles como gente de siesta, taberna y regreso tambaleando a casa. La realidad no es tan así y en la propia información que nos aportaba estos datos, podían leerse dos observaciones que a título anecdótico intentaban volverse reveladoras y, de paso, hacerse graciosillas jugando con el doble sentido de las palabras y el espejismo de las cifras. Ambas provocaban indignación, primero por la falta de objetividad y segundo por la confusión gratuita que el chistecillo fácil sobre bares y tías podía sembrar.

Como colofón de los datos estadísticos se aportaban algunos ejemplos de localidades donde la ruina del negocio hostelero era más lacerante o, por el contrario, donde aún sigue ofreciendo, si no pujanza si capacidad de resistencia ante la adversidad. Una de las localidades citadas y jugando con la ambigüedad de la frase “Los bares de Tías” mencionaba a la atractiva localidad de Tías, en Lanzarote. Es, según las conclusiones, el pueblo de España con más bares per cápita. Los veinte mil habitantes del municipio salen a un bar por cada treinta y tres almas, incluidos niños, ancianos impedidos de salir de casa y seguramente musulmanes que no prueban el alcohol pero también tienen alma.

Pero lo que no se advertía es que ni la expresión “bares de Tías” implica que allí prolifere la prostitución, por lo menos no más que en otros lugares y si acaso bastante menos, ni tampoco que la gente se pase la vida de tasca en tasca empinando el codo. Nada de eso. Conozco Tías, he pasado allí algunas temporaditas – más cortas siempre de lo que deseaba – y no he visto ni por sus calles ni plazas a ningún borracho. Probablemente los haya, como en todas partes, pero yo no los he visto nunca, o no me he fijado. Lo que sí he visto entre los nativos es una inquietud cultural poco frecuente como reflejan los museos con que el municipio cuenta.

Quizás por eso tuvo allí su residencia muchos años el premio Nóbel José Saramago, con quien pasé horas muy interesantes, y su viuda, Pilar del Río mantiene la fundación que perpetúa su memoria. Lo mismo que mantiene su casa Alberto Vázquez Figueroa, otros escritor admirado y de éxito, además de inventor y promotor de iniciativas múltiples. Lo que sí he visto muchas veces en Tias, en sus lugares más atractivos y cosmopolitas como Puerto del Carmen, y sus seis kilómetros de maravillosas playas, han sido centenares de miles de turistas disfrutando la suerte de haber sabido elegir bien sus vacaciones.

Turistas de todas las nacionalidades que han descubierto las maravillas del lugar – clima y gastronomía incluidos – y la amabilidad de los habitantes visitan Lanzarote en todas las épocas del año, justificando con su presencia la proliferación de bares, cafeterías y restaurantes, nunca mejor justificada, y dejando en la localidad un dinero que contribuye a que sigan conservándose muchos puestos de trabajo y que el común de los españoles mantengamos todavía un resorte económico donde asirnos entre tantos males como nos agobian. Tías y sus bares, que no son bares de tías en el sentido coloquial capaz de suscitar sonrisas pícaras, merecen cuando menos que su realidad social se contemple con el rigor de la verdad, no con la frialdad de las estadísticas.

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