Signos externos

Detrás de la cortina

Signos externos

Los inspectores de Hacienda más expertos siempre están atentos a los signos externos a la hora de evaluar la posibilidad de que un contribuyente cualquiera pueda ser, en realidad, un defraudador en potencia. Probablemente nadie realizó en su día un estudio cuidadoso de lo que este indicador revelaba sobre Luis Bárcenas.

Nadie. Ni en la Agencia Tributaria. Ni mucho menos en su partido. O eso es lo que afirman, en público y en privado, los dirigentes populares a quienes se les pregunta por cualquiera de los múltiples aspectos que rodean al caso del antiguo tesorero popular. Un hombre discreto, dicen, a quien no se le ha conocido por ahora más trabajo que el laborioso cuidado que puso durante dos décadas para llevar al día las cuentas del partido.

Tenía un sueldo alto. Por supuesto. Pero no lo suficiente. Por lo menos no lo suficiente para que esos signos externos de los que hablábamos antes no hubieran resultado más que sorprendente a cualquier compañero de partido que hubiera reflexionado sobre ellos durante unos cinco minutos aproximadamente. Sin embargo, al parecer, nadie pensó que realizar ese ejercicio tuviera algún interés.

De modo que, por lo mismo, nadie reparo en lo mucho que le cundían a Luis Bárcenas sus 200.000 euros al año. Por ejemplo, para tener una lujosa casa junto a la ‘milla de oro’ en la parte más exclusiva de la madrileña calle de ‘Príncipe de Vergara’. O dos apartamentos, de lo más chic, en Baqueira Beret y Marbella. Sin contar con los locales, los coches de lujo o las plazas de aparcamiento, claro.

Es posible que el motivo por el que el resto de los altos cargos, y los simples trabajadores del PP que pululaban por Génova cuando Luis Bárcenas lo era todo allí no se dieran cuenta de estos pequeños detalles se relacione con el hecho de que ninguna de estas propiedades estaba a su nombre. La dueña de todo era Rosalía Iglesias, la esposa del contable quien, por cierto, ni siquiera disponía de un trabajo retribuido.

Tampoco se dieron cuenta, dicen, todos estos componentes de tan distinguido ecosistema de algunas curiosas costumbre de este as de la calculadora y eficiente multiplicador de peces y panes. A nadie le resultó raro que Bárcenas, deportista empedernido, gustase de ir a esquiar a Suiza o de marcharse con frecuencia a escalar el mismísimo Mont Blanch. Actividades que, como todo el mundo sabe, no tienen nada de particular ni resultan especialmente costosas para quien tiene el capricho de dedicarse a ellas.

No vieron pues esos signos externos de los que hablábamos al principio. Una pena, sin duda. Seguro que a estas alturas, más de uno lamenta no haber sido un poco más observador en su día. Porque, evidentemente, nosotros no dudamos de la versión ofrecidas sobre este particular por unas damas y unos caballeros cuya credibilidad es altísima y de cuya palabra no se nos ocurriría dudar jamás. Ni por un momento.

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