El sexto continente

Opinión

El sexto continente

Colón murió sin saber que había llegado a un nuevo continente, no le dio tiempo a tomar conciencia de su hito de navegación porque uno no siempre sabe el suelo que pisa, (me temo que nos va a ocurrir dentro de un tiempo cuándo conozcamos la realidad exacta del pozo de crisis en el que estamos metidos). Uno nunca sabe dónde está hasta que es capaz de levantar un plano para situarse, y no están los tiempos para cartógrafos, al revés: cada día salen nuevos profetas de la confusión, unos plastas que tiran penaltis a lo Krugman.

Lo que sí tenemos claro es que el sexto continente es Internet dónde las noticias y la opinión fluyen a toda velocidad. El gran patio global es el nuevo continente que hemos descubierto gracias a las tecnologías. Acabamos el siglo XX queriendo conquistar el espacio y hemos arrancado este siglo con nubes virtuales dónde se cruzan y almacenan mensajes. En Internet cualquiera puede estar desnudo: no hay etiqueta, no hay protocolos, uno puede cruzarse mensajes con un chino al que no verá nunca pero con el que puede trabar una intensa amistad. A lo mejor es lo que nos hacía falta: menos trato directo y una buena distancia virtual para conocernos mejor, no siempre la mirada a los ojos es lo más importante de una persona.

Acabamos de poner un pie en este nuevo continente y ya tenemos información en tiempo real de las guerras de este mundo, también podemos conocer lo que opina un torero a través de su Twitter, o cómo va el concierto de Springsteen. Lo cierto es que cada vez queda menos espacio para los secretos, nada hay que se quede fuera de las redes sociales. Y si no cree lo que digo: coja un AVE y esté atento a las conversaciones de sus compañeros de vagón que reproducirán a escala las vivencias de una antigua corrala madrileña.

Internet se incendia solo, no hace falta acercarle una cerilla. Antes de que se monte la pitada que tanto teme Esperanza Aguirre en el Calderón se ha montado una algarada a través de los mensajes cruzados. Y contra eso no hay quién legisle porque en el fondo la libertad es poder elegir entre pitos y palmas, esto viene pasando desde Cúchares a José Tomás y llega a la era Appel. No se puede domar el viento que sopla en el nuevo continente.

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