Bajo coste

Opinión

Bajo coste

Las compañías aéreas de bajo coste presumen de permitir volar barato pero lo que de verdad están consiguiendo es acabar para siempre con la afición de viajar. Hace poco tuve que sufrir una de nacionalidad irlandesa, de cuyo nombre prefiero no acordarme, que funge de reina de la cutrez y lo consigue admirablemente. Todas sus iniciativas recuerdan la mezquindad que exhiben en los bares de su país, copia de las costumbres británicas, de medir con cuenta gotas y precisión de laboratorio, los tragos que te sirven con la mayor falta de generosidad que imaginar quepa.

En esta compañía, de triste recuerdo para quien vuela en sus aviones repintados de publicidad hasta en los compartimentos del equipaje, todo hay que pagarlo aparte: desde el derecho a embarcar los primeros de las largas colas a que obliga el que los asientos no estén asignados – cinco euros del ala – hasta el periódico y las revistas de chismorreo más infectas que las azafatas te venden por los pasillos igual que hacían en las estaciones ferroviarias los voceadores de las noticias cuando yo era niño.

Unos periódicos y revistas cuya compra es inútil porque los asientos están tan apretados que es imposible desplegarlos. Claro que tampoco deja la oferta barata margen para el sueño ¡Qué va! Dormir a bordo es imposible porque continuamente te sobresaltan los responsables de la cabina pregonando sus ofertas variadas, desde comida plastificada hasta cigarrillos falsos para deshabituarse de la nicotina, pasando por rifas, perfumes y ofertas de coches de alquiler, hoteles, etcétera en el destino. Las ya sobadas revistas de la compañía que prestan gratis las recogen al final con nuevo mugre acumulado.

No es fácil saber si aquello es una tómbola, un casino de pueblo, una teletienda o un potro de tortura donde uno entra caminando y puede tener que salir a gatas con las rodillas anquilosadas. Y, eso sí, al final con la triste conciencia de que efectivamente lo barato, además de incómodo y a menudo crispante por un trato que se antoja descortés, desconfiado y poco amable, es caro. Lo único que se gana es el deseo de no tener que repetir la experiencia o de cambiarla por una excursión en bicicleta.

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