Cuando todo el mundo habla de Leo y Cristiano como los mejores jugadores de fútbol del mundo, hay que poner la vista un poco atrás alrededor de 20 metros, en el centro del campo, donde se gestionan las jugadas. Allí nos encontramos con dos tipos llenos de la misma calidad futbolística como humana.
Quizás no sean los más guapos, ni los más rápidos, pero tampoco lo pretenden, siempre están donde y cuando se les necesita, y hacen que todo sea mucho más sencillo a todos los demás, son el amigo que querríamos tener cerca en cualquier momento.
Son esa extraña estirpe de deportistas que se valen de su cabeza para marcar la diferencia, juegan al fútbol como al ajedrez, cuando hacen un movimiento, ya saben cuales van a ser los cinco siguientes, pero no sólo los suyos sino los de todos los del terreno de juego.
Pero en este mundo, por algo que desconozco, nunca se les valorará como los mejores, se les admira, incluso se les reconoce como un ejemplo a seguir, pero los mejores serán otros, los que finalizan las jugadas, los que regatean a siete, los que pegan a la bola más fuerte.
Ellos, con un movimiento o con un pase corto y un apoyo, regatean a siete, llegando de segunda línea finalizan si les dejan sitio, y si hay que pegar duro al balón harán el máximo esfuerzo. Y aún así no serán los más grandes.
Por seguir sumando, cuando alguien pierde el sitio, ya están ellos para cubrirle las espaldas. No se en qué se piensa cuando en un deporte de equipo, los que más equipo hacen, los que consiguen que los demás jueguen mejor, los que generan todas las jugadas, no son valorados como los mejores.
