Micrófonos indiscretos

Opinión

Micrófonos indiscretos

Hay que tener cuidado, mucho cuidado, con los micrófonos. Los micrófonos se han vuelto un peligro público sobre todo para los poderosos e influyentes. Cada vez se han vuelto más indiscretos los puñeteros. Un micrófono ante la boca es una bomba sin control remoto. Lo descubrió Federico Trillo hace unos cuantos años cuando desde la presidencia del Congreso exclamó aquel «¡manda huevos!», que tanto dio qué hablar; lo corroboró el otro día una juez deslenguada calificando de cabrones a unos etarras desconsiderados — ¡qué cabría esperar de semejantes alimañas! -, lo revivió no hace mucho el ínclito Berlusconi comentando la condición de las posaderas de Angela Merkel, y lo acaba de delatar Nicolas Sarkozy acusando de mentiroso a Benjamín Netanyahu, quien no creo que supere a la hora de faltar a la verdad a su delator. Porque, entre nosotros, tampoco pienso que el presidente francés tenga la verdad por bandera en sus expresiones.

Pero, en fin, tampoco es cuestión a estas alturas de discutir si unos u otros tenían razón ni quien tiene más méritos para ostentar el récord de la mentira. Bien mirado es probable que ante un micrófono indiscreto todos ellos, y algunos más de su condición, que no es cuestión volver interminable la lista de ejemplos, hayan sido más sinceros en sus indiscreciones que cuando hablaban a micrófono abierto. Los micrófonos supuestamente cerrados, cotillas como ellos solos, son una nueva versión del subconsciente traidor que deja nuestros pensamientos más íntimos con el pompis al aire cuando menos lo imaginamos. Si las paredes oyen, los micrófonos difunden urbi et orbe. La única solución que tenemos cuando queremos que algo no trascienda ya no es callarnos si no alejarlo de nuestros pensamientos. Ya lo dijo no sé quien, si quieres que algo no se sepa, no lo pienses. Y si hay un micrófono cerca, no lo dudes, sal corriendo de su lado a ser posible de puntillas.

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