Agosto con vida propia

Opinión

Agosto con vida propia

Este agosto que estamos atravesando en Madrid es el agosto menos parecido al agosto de siempre que se recuerda. Hace calor, si, mucho y para suerte apenas han aparecido las nubes propias del verano en el horizonte, pero el tráfico sigue siendo intenso, hay colas en las paradas del autobús y los negocios, mayormente los restaurantes y cafeterías, continúan abiertos en espera de unos clientes que cuentan los céntimos antes de entrar. No es lo mismo un agosto en crisis que un agosto en tiempos de derroche. Mucha gente pasa las vacaciones en camiseta pero a píe de asfalto en obras y los que se arriesgan a salir de las ciudades se acogen al módulo de la semanita, el único que la cartera permite. Irse un mes fuera ya no parece de este mundo. Mientras, en la capital y alrededores la vida sigue igual. Los periódicos, con la inestimable ayuda de Rodríguez Zapatero, han fortalecido un nombre discreto y hasta ahora gris para la política: Tomás Gómez, cuyo valor sube con la imagen de firmeza y solidez que está dando, empieza a consolidarse como un líder con futuro. Los incendios en Rusia, que son de los que hacen historia, nos producen desde la distancia la satisfacción de poder respirar aire relativamente puro y las calamidades climáticas en India y Pakistán nos estremecen, pero más bien poco ante la satisfacción de que por estos pagos las desgracias casi nunca resultan tan dramáticas. El verano de la gran crisis discurre hacia unos meses que el comentario popular pronostica fatídicamente peores aunque quizás no, en una de estas es verdad que la crisis tocó fondo y la recuperación ha comenzado. Por eso, ante el riesgo de que el peor día esté por llegar, lo recomendable es aprovechar lo que se pueda de lo bueno que queda de aquellos agostos en que Madrid se volvía un sueño fugaz, de calles silenciosas, transeúntes amables y ciudadanos felices de poder vivir tranquilos.

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