Podemos, el PSOE y los nacionalismos

Detrás de la cortina

Podemos, el PSOE y los nacionalismos

Ha bastado la aparición de una oferta electoral socialdemócrata y federalista para que el independentismo pierda fuerza en Cataluña y Euskadi No hace tanto existía un partido, el PSOE, de estructura federal, capaz de tener una amplia representación en todas las comunidades autónomas. Su fortaleza electoral en todo el territorio español era uno de los elementos más poderosos del blindaje político que mantenía a raya las veleidades independentistas de algunas formaciones. Esas mismas siglas, identificadas en España con la izquierda y la modernidad, fueron importantes para apuntalar la democracia al asegurar la alternancia en el poder.

Pero aquel partido, que introdujo en estas tierras todo lo bueno y lo malo de la socialdemocracia, se diluye como un azucarillo en estos tiempos. Lo hace a la vez que lo hacen también casi todos sus partidos hermanos en Europa. Un grupo devastado por su incapacidad de dar respuestas a la crisis y que ha perdido, desde la lejana década de los ochenta, la batalla ideológica contra los conservadores. Entre otros motivos, por su incapacidad de mantener su propio camino en algunos temas de gran importancia como el modelo económico que se defiende o, en el caso de España, el modelo territorial por el que se apuesta.

La incorporación a la oferta electoral de los socialistas, de ideas tomadas directamente del campo enemigo ha resultado letal para los socialistas españoles. Y Cataluña o Euskadi pueden ser dos buenos ejemplos de las consecuencias de esta perdida de personalidad. En la primera de estas regiones que acabo de mencionar, el rival del PSC era CiU, un partido conservador, desde luego, pero también nacionalista. Dos características que nunca tuvo la formación de izquierdas. Por eso tenía el apoyo estable e irreductible de un amplio grupo de votantes. Justo el que acaba de perder, quizá para siempre.

En el País Vasco, el viejo PSE siempre estuvo integrado en la sociedad. Allí este partido tenía tanto o más pedigrí que el mismísimo PNV y sin perder jamás su identidad, ni coquetear con el entorno de ETA como los integrantes de la vieja Batasuna y el nuevo Bildu. Hasta que pactó con el PP, un partido que allí es, por cierto, mucho más civilizado, moderado y presentable que en cualquier otro lugar de España. En ese mismo momento, su inesperada alineación en el campo del nacionalismo español empezó a pasarle la factura que está pagando ahora.

Pero los votantes ‘socialistas’ seguían allí. Sólo que por todos los motivos anteriormente expuestos se han distanciado del PSOE y sus partidos asociados. Por esa traición a su adn federalista y ese abrazo apasionado a unas políticas neoliberales en lo económico que encima defienden como las únicas posibles y que han acrecentado la desigualdad y castigado duramente a las clases más débiles. Más los persistentes años de corrupción y su falta de decisión para llevar a cabo una verdadera operación limpieza, por supuesto.

Y es en ese contexto en el que ha surgido Podemos para ocupar un hueco tan claramente definido que con menos de un año de vida ya tiene su propio sitio en el tablero político y avanza a toda velocidad hacia la consecución de un poder que obtendrá inevitablemente. En realidad, el aparente prodigio no es tan prodigioso. La democracia, ya lo hemos dicho, requiere alternativas políticas diferenciadas y aquí, como pasa en otros muchos países de Europa, faltaba una opción de centroizquierda y federalista, la que siempre completó el rompecabezas político español.

Faltaba, pero ya no falta. Los votantes han identificado ya al partido de Pablo Iglesias como la solución a ese problema de desequilibrios que estaban corrompiendo la esencia misma de la democracia e inutilizando las urnas. No hay nada sorprendente en lo que pasa y es completamente lógico que, en este momento, Podemos haya frenado el auge del independentismo catalán con un solo mitin y, según las encuestas oficiales, esté a punto de convertirse en el primer partido en Euskadi y ya lo sea en Navarra.

¿Puede el PSOE levantarse de la lona y reclamar su sitio? Quizá pueda, pero no parece que esa sea la voluntad de sus actuales dirigentes. No, por lo menos la de Susana Díaz y el grupo de dirigentes, tocados por la sospecha de la corrupción, que sigue formando parte de su entorno. Sus últimas fotos junto a Mariano Rajoy han dado alas a todos aquellos sectores sociales que suspiran por una gran coalición para restaurar la estabilidad política española. Algo que sencillamente sería letal para el PSOE. Y quizá también para esa unidad de España que tanto Susana como Mariano dicen defender.

A estas alturas, tras tres años de sangría de votos y batacazo ininterrumpido en las encuestas, el PSOE debería haber aprendido la lección. Buscar la diferenciación sólo en cuestiones relacionadas con la moral, la tolerancia hacia ciertos colectivos o el apoyo a la liberación de la mujer no ha sido suficiente. Sí son temas importantes, pero, al menos desde el punto de vista de los discursos y las actitudes han sido asumidos por todas las formaciones del arco político simplemente gracias al paso del tiempo y la evolución de las costumbre.

No son ya, por lo tanto, un elemento diferenciador para los votantes. No, al menos, para la mayoría de ellos. Sólo los pequeños colectivos radicales, de uno y otro signo, siguen interesados por unos asuntos en los que hay ya un consenso social generalizado como la necesidad de que la interrupción del embarazo esté permitida en determinados plazos de tiempo o el derecho de los colectivos homosexuales a gozar de una figura jurídica similar al matrimonio que ampara las uniones de las parejas ‘hetero’.

La dureza de la crisis ha sido letal para unos partidos socialdemócratas que habían dejado de ser tales hace mucho tiempo. Los malos tiempos han puesto de manifiesto su radical impostura, hasta el punto de que ahora sólo juegan un triste papel como aliados en coaliciones que apuntalan las políticas de recortes tras haber vendido su primogenitura a cambio de un par de platos de lentejas ministeriales. Y son tan bien mandados y cumplen con tanta eficacia este papel que la derecha, económica, política y social, de toda la Unión Europea (UE) parece inmersa en un plan de salvamento de urgencia.

Pero, como ha sucedido en Grecia y en Alemania, el abrazo del ‘oso’ de los partidos conservadores es el certificado de defunción de la socialdemocracia. Lo que no significa que sea el fin para algunos políticos que se autodenominan socialistas. Por el contrario, se puede vivir muy bien ejerciendo de palafrenero y criada para todo de los conservadores. Al menos, algunos individuos concretos seguro que podrían.

Muchos ya lo han hecho. Por ejemplo, todos aquellos sindicalistas y representantes de formaciones de ‘izquierdas’ que se beneficiaron de las tarjetas ‘black’ de aquella orgiástica Caja Madrid de Miguel Blesa y Rodrigo Rato. ¿Es ese el futuro que quiere Susana Díaz para el PSOE? ¿Será capaz de evitarlo Pedro Sánchez? En realidad, la respuesta quizá no importe ya demasiado. No, desde luego, a esos millones de votantes que ya tienen decidido a qué partido, socialdemócrata y federalista, van a apoyar en la próximas elecciones.

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