Toda Europa, pendiente de la batalla entre Bárcenas y Rajoy

Caso Bárcenas

Toda Europa, pendiente de la batalla entre Bárcenas y Rajoy

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno

La batalla ente un presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y quien fuera su mano derecha para organizar las finanzas de su partido, Luis Bárcenas mantiene en vilo a los medios europeos, que no habían visto algo igual desde el culebrón de Berlusconi y sus ‘velinas’.

Cada día se produce un ejemplo de la mezcla de fascinación y repulsa que provocan los usos y costumbre de los políticos españoles, en general, y de la cúpula del PP en particular en las grandes cabeceras internacionales.

El último, por el momento, podía encontrarse hoy en ‘The Economist’, el semanario más prestigiosos entre las élites políticas conservadoras del mundo. Su descripción de la pelea entre Bárcenas y Rajoy se ajustaba, como bien ha descrito alguna vez el ministro Cristóbal Montoro, a los cánones de la más pura novela negra.

Pero quizá visto desde fuera, la técnicas novelísticas de los escritores policiales sean las únicas que permitan contar está peculiar historia de un ‘chantaje’ en diferido, aparentemente dosificado por un director de un periódico, Pedro J. Ramírez, cuyos propietarios son italianos, con un presidente del Gobierno que se niega a dar explicaciones en el Parlamento. E incluso insiste en no pronunciar el nombre de su rival.

En la descripción de ‘The Economist’, Rajoy es un hombre acostumbrado a ganar los combates por agotamiento, cuya manera de decidir en no tomar decisiones y que, por ahora, no puede ser acusado de ningún delito grave.

Claro que ese ‘por ahora’ es especialmente peligroso con un enemigo como Luis Bárcenas, presente en los manejos financieros del PP durante 20 años y que administra sus revelaciones gota a gota.

Y quien, además, por ahora, parece concentrado en derribar a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, más que en atacar directamente a Rajoy. Quizá porque aún espera conseguir algún acuerdo si demuestra que sólo con media potencia de fuego puede cobrarse una pieza de caza mayor.

Sin embargo, la parte más inquietante del artículo que ‘The Economist’ dedica al caso, llega en el tramo final. Donde hace una relación completa de los casos de corrupción que afectan a todos los partidos españoles, con una mención muy especial a los nacionalistas catalanes, y describe al pueblo español como ´cansado de la democracia’, juntos antes de explicitar que la negativa de Rajoy a hablar del asunto contribuye y mucho a acelerar el deterioro.

La visión, similar a la de ‘Financial Times’, con quien ‘The Economist’ considera urgente la comparecencia pública del presidente para hablar del ‘caso Bárcenas’ y no coincide con la de otros diarios europeos, como ‘The Guardian’, que creen que Rajoy no dimitirá, porque en España la corrupción no se penaliza en las urnas.

Quizá en las urnas no, pero sí en unas calles cada vez más revueltas. Con grupos que protestan que parecen carecer del perfil violento de los griegos y los italianos. Las fotos publicadas por ‘The New York Times’ en estos días son muy distintas de las que aparecieron a principios de este año. Ya no es una población que protesta por los recortes, el dolor y la pobreza.

Son plataformas ciudadanas organizadas que piden la regeneración política. Y, eso se entiende en cualquier parte. Sobre todo en esos países serios, como, según Rajoy, iba a ser España desde que ganó.

Pero, parece más bien lo contrario. Esta misma semana, los estrategas de Moncloa ha convocado a los corresponsales extranjeros para hablar del asunto y darles una información que se les niega a los periodistas españoles. Justo lo mismo que durante años hizo Fidel Castro, cuando ocupaba el poder en Cuba y que aún repite de vez en cuando su hermano Raúl.

Sin contar con que esa corrupción, o esa forma singular de entender las reglas, salpica a todas las instituciones del Estado. Incluso al Tribunal Constitucional cuyo nuevo presidente, Francisco Pérez de los Cobos, fue militante del PP, a pesar de que la Ley lo prohíbe y ocultó ese dato al Senado cuando tenía que aprobarse su candidatura.

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