Hurray For The Riff Raff lo borda en ‘The Navigator’

El tocadiscos

Hurray For The Riff Raff lo borda en ‘The Navigator’

La artista de Nueva Orleans publica su sexto álbum.

Riff Raff

Un viejo amigo, veterano como yo mismo de batallas poprockeras pérdidas en los ochenta me pasa el link del Bandcamp de ‘The Navigator’, el sexto álbum publicado hasta la fecha por una banda completamente desconocida para mi, llamada Hurray For The Riff Raff. Y acierta porque conecto desde el primer momento con lo que oigo.

No tiene mérito alguno dice. Ya conoce mi afición a las voces femeninas de cualquier tipo. Dulces, cavernosas, ‘folkies’, metaleras, punkies o empapadas de las esencias remotas del viejo ‘soul’. Así que estaba convencido de que la insinuante manera de cantar de Alynda Lee Segarra, la líder y casi única componente real de la banda, no me iba a dejar indiferente.

Tenía, asegura, más cartas ganadoras en su mano. La chica es de Nueva Orleans. Y eso se nota. Porque los artistas de aquel lugar, mestizos a la fuerza, tienen una capacidad prodigiosa para mezclar todo tipo de influencias y terminar produciendo un mejunje reconocible e identificable.

Y para colmo, hay algo aquí. En estos 40 minutos de música fascinante repartidos en 12 canciones redondas, que evoca aquel maravilloso disco de Mink Deville, que se llamaba ‘Cabretta’ y que marcó, junto al inolvidable ‘Le Chat Bleu’, el punto más alto en la creatividad de aquel tipo llamado Willy Deville, que luego se haría famoso en España con aquel pegadizo tema titulado ‘Demasiado Corazón’.

Como esos dos viejos vinilos siempre han sido santos de nuestra devoción, era fácil que, lo mismo que le había sucedido a él me sucediera a mí y que estos Hurray For The Riff Raff se abrieran rápidamente paso entre nuestras preferencias. También porque Segarra, de origen portoriqueño, compone bien y su música promete muchas tardes de gloria.

Hay muchos detalles aquí que revelan una personalidad artística propia. Y arrolladora. No tiene miedo, por ejemplo, a alejarse del ‘autotune’ o la electrónica evidente, a sonar todo lo clásica que le de le gana ni a, claro, dejar claro que ha crecido estudiando en la escuela de grandes como Doc Pomus.

Por eso no le da miedo resultar romántica, ni meter unos buenos coros, ni rasgear con sentimiento una guitarra acústica. Ni usar, y abusar si llega el caso, esas secciones de cuerda que convierten cualquier primavera en el anticipo de un otoño lluvioso, en el que la melancolía es dulce y los viejos amores pérdidos duelen pero no molestan.

Hay tantas cancione memorables aquí que me resulta difícil señalar alguna. Si acaso ‘Rican Beach’, por aquello de la percusión salsera, la letra picarona y esas frases de guitarra eléctrica que parecen brotar de una mina de oro situada en el subsuelo y que están dotadas del aliento melódico de aquel Carlos Santana que amamos hace mucho. El de ‘Abraxas’ y ‘Caravanserai’, no el de ‘Corazón Espinado’.

La conexión latina es evidente en este disco que, al final, es una especie de comedia musical en dos actos en la que se cuenta en dos actos la historia de un personaje llamado Navita Milagros Negrón, una chicana que cree en el poder del vudú y busca su sitio en un mundo tan hóstil como mágico.

Al final y lo lamento, porque se nota que Segarra se ha tomado muchas molestias para que la historia resulte creíble, esa parte, la correspondiente a unos textos imaginativos y llenos de un adn a la vez narrativo y poético es lo que menos me atrapa. El retablo que surge ante nuestros ojos no tiene la profunidad ni la fuerza dramática de, póngamos, el ‘Berlín’ de Lou Reed.

Pero es un disco hermoso que me ha animado a prestar atención a sus cinco predecesores. Que, en fin, no están mal tampoco pero no llegan a la altura de este. Quizá porque en esos escarceos iniciales Segarra, y su grupo, no habían encontrado este lenguaje propio que ahora exhibe y en el que también hay un poquito de Genya Ravan, y una pizca de la mejor Martha Davis de The Motels.

Y a mi me ha cautivado. Lo que no quiere decir que a lo mejor vaya a gustarle a todo el mundo. O a lo mejor sí. Porque por mucho que usted querido lector, o lectora, sea bailarín de reggaeton, fan de Rozalén o Manuel Carrasco, adicto al nuevo flamenco, seguidor de Beyonce o adolescente seducido por el ‘trap’, es difícil que este álbum no le atrape como a mi. Si le gusta la música claro.

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