Estudiando, viviendo y enamorando en ruso

Cuba

Estudiando, viviendo y enamorando en ruso

En el momento de mayor pasión entre cubanos y soviéticos, el idioma eslavo casi borró al inglés de golpe y porrazo.

San Petersburgo rusia

San Petersburgo, Rusia

Ahora que la llamada rusofobia está alcanzando niveles de soberana ridiculez como esa de suspender a Fiódor Dostoyevski o prohibir la ensaladilla rusa en múltiples restaurantes, a quienes debimos cursar estudios y otros menesteres en la antigua catedral del socialismo, nos vienen a la mente algunos recuerdos que vale la pena compartir.

Como que cada época tiene sus características, en el momento de mayor pasión entre cubanos y soviéticos, el idioma eslavo casi borró al inglés de golpe y porrazo. Sobrevivió sólo en las escuelas de lenguas extranjeras regadas por toda la geografía insular. El ardiente noviazgo llegó a que nuestras tropas, en pleno desfile en la Plaza de la Revolución, gritaran a voz en cuello el clásico   “¡Hurraaaa!” Y no una vez, sino tres por si había algún sordo allende los mares pegado al tv.

A no pocos les sorprendió tal exclamación que nunca antes había sido pronunciada por guerrero alguno a lo largo de la historia nacional. Parece que la inconformidad llegó a donde tenía que llegar. Entonces se nos explicó que como la parada era transmitida vía satélite (Intersputnik me parece rememorar) para el campo socialista pues había que homologar el entusiasmo y voluntad patrióticos para que lograran entendernos los ejércitos y población del Pacto de Varsovia.

Y bajo ese paraguas, decenas de miles de cubanos partimos a estudiar a la Unión Soviética. Oportuno recordar que otros no fueron con ese objetivo, sino el de talar árboles en Siberia bajo la nieve e insoportables temperaturas con el propósito de traer madera hacia la isla.

En fin, que el ruso las 24 horas. Entre controvertidos animados infantiles por televisión y frases en el pizarrón escolar antes de comenzar las clases, por no profundizar mucho en la cantidad de niños que recibieron nombres rusos incluso hasta de armamentos, como el caso de Katiuska, diminutivo, pero también mortífero lanzacohetes múltiple.

Así fue como un compañero de estudios periodísticos en Moscú logró conquistar en el teatro Taganka a una rusa, de madre ucraniana y padre kazajo. “Una china monumental”, solía repetirnos en sus íntimas confesiones con algo de vodka de por medio. Casi medio siglo después aún dudamos si la escena fue cierta o inventada por él. Me inclino a lo primero.

Resulta que en un momento de febril amorío, el cubano no pudo menos que decirle al oído que ella, la tal Liena, estaba muy rica, expresión tan criolla sin distingo de categoría social ni nivel educacional. La otra interrumpió de inmediato el romance para ir en busca de un diccionario ruso-español y mostrarle el significado de la palabra, además de reprocharle que ella era una simple trabajadora en una guardería, que no tenía la fortuna para esa elevada categoría.

Rica, nunca mejor suscrito, que es nuestra lengua española justo cuando la rusofobia está en punto de ebullición hasta en el monte Everest.

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