El trabajo voluntario reaparece en Cuba

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El trabajo voluntario reaparece en Cuba

Habrá que gastarse poco menos que siete décadas de vida para poder tararear aquella canción de la chilena Violeta Parra donde entonaba aquello de “el domingo solidario del trabajo voluntario”.

Cuba La Habana

No miento si sostengo que después de varias décadas sin ser mencionado absolutamente para nada, salvo en el recuerdo de algunos mayorcitos de edad, en las últimas semanas está resurgiendo como Ave Fénix, el llamado trabajo voluntario, que ya va para varias movilizaciones domingueras en la agricultura o limpieza de la ciudad convocadas por diversas organizaciones de masas.

Habrá que gastarse poco menos que siete décadas de vida para poder tararear aquella canción de la chilena Violeta Parra donde entonaba aquello de “el domingo solidario del trabajo voluntario”.

De igual modo, las clases de inglés en la Secundaria Básica cuando todavía no había ni un asomo del idioma ruso: el “voluntary work” o aquella frase de “My father cut cane” en franca referencia al corte de caña de azúcar del que no escapaba nadie, así como los bailables en el “social center” o clubes aristocráticos recién nacionalizados. Toco aquello combinado con el eterno “Tom is a boy / Mary is a girl”.

Un buen amigo y colega, Ernesto Piñero de Laosa, se ha tomado un tiempo para rememorar un simpático pasaje de aquellas jornadas, que me permito transcribir para deleite de nuestros lectores:

“Los trabajos voluntarios, un fenómeno en extinción, han generado numerosas anécdotas. Me recuerdo de un compañero mío, muy jodedor (cachondo), fallecido hace años.

“Era de la Universidad de Camagüey, donde trabajaba con su mujer, muy grande y muy gorda, quien además era la decana de una Facultad. Él era pequeño, mucho más que su alta y voluminosa cónyuge.

“En una reunión del Departamento, sin la presencia de su esposa y jefa, buscaban “voluntarios” para impermeabilizar los techos de los edificios y en el más puro estilo de los 80, iban interpelando uno por uno, para ir conformando la brigada. Así sorprendidos, muchos iban cayendo en el jamo, por no ser capaces de pergeñar una excusa plausible. Para nadie era un secreto (y menos para los convocadores) que ninguno de los presentes deseaba, motu propio, abandonar las aulas universitarias para embrear techos, al sol.

“Cuando llegaron a mi amigo, célere ripostó: ¡Qué va!, yo padezco de vértigo”. Y para reafirmar su argumento, dijo: “Lo más alto que yo me he trepado es en mi mujer, y pa’ eso, agarrándome de las tetas…

“Los participantes en la reunión estallaron en carcajadas; no así los administrativos y sindicalistas de la presidencia, en parte por respeto a la jefa, en parte frustrados porque hábil y graciosamente,  se  les había escapado un “voluntario”.

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