2021 fue el año con más muertes en las rutas migratorias a España

Rutas migratorias

2021 fue el año con más muertes en las rutas migratorias a España

El aumento de la mortalidad se debe, sobre todo, al desplazamiento de los flujos migratorios hacia las Islas Canarias, un fenómeno que ya sucede desde hace casi dos años, pero que se profundizó en 2021.

Un migrante africano trasladado por Salvamento Marítimo al puerto de Málaga mediterraneo inmigrantes patera

Un migrante africano trasladado por Salvamento Marítimo

El año 2021 quedará marcado en rojo como el más letal en las rutas migratorias a España. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), hay constancia de la muerte o desaparición de al menos 1.255 personas en travesías hacia suelo español hasta principios de diciembre, la cifra más alta desde que se recopilan estos datos, en 2014.

El aumento de la mortalidad se debe, sobre todo, al desplazamiento de los flujos migratorios hacia las Islas Canarias, un fenómeno que ya sucede desde hace casi dos años, pero que se profundizó en 2021. Casi tres de cada cuatro muertes (937) se produjeron en la ruta atlántica, que conecta el archipiélago con las costas del África Occidental, desde donde zarpan a diario embarcaciones abarrotadas hasta el límite y sin las más mínimas garantías de seguridad para realizar trayectos de más de 200 kilómetros.

NAUFRAGIOS INVISIBLES

Cabe destacar que, pese a tratarse de datos sin precedentes, los registros de la OIM son completamente incapaces de reflejar con exactitud cuál es la verdadera cifra de vidas perdidas en el mar, ya que la mayoría de los naufragios –o al menos una parte importante de ellos– suceden en el vacío más absoluto, perdidos en algún lugar donde solo hay agua, sin testigos.

Refugiados

«Se cree que los naufragios invisibles, en los cuales no hay sobrevivientes, ocurren con mucha frecuencia en esta ruta pero es casi imposible comprobarlos», reconoció el pasado mes de septiembre el director del Centro de Análisis de Datos la OIM, Frank Laczko.

Frente a los cálculos conservadores de las agencias internacionales, el colectivo Caminando Fronteras –una ONG dedicada a la defensa de los migrantes– estima que solo en los primeros seis meses del año murieron casi 2.000 personas camino de las Islas Canarias, más del doble de estimado por la OIM para todo 2021.

Lo que está claro es que, pese a su peligrosidad –por cada 21 personas que llegan, una fallece– la ruta canaria es una de las opciones predilectas para tratar de llegar a Europa entre personas procedentes de países del noroeste de África como Marruecos, Argelia, Mauritania, Senegal o Mali, entre otros.

Según datos del Ministerio del Interior de España, hasta el 30 de noviembre llegaron al país 38.103 migrantes de forma irregular, un dos por ciento más que el año anterior. La mayor parte de ellos –casi 19.900– llegaron por mar a las Islas Canarias, mientras que casi 16.000 arribaron a las costas peninsulares y el resto entró por los enclaves norafricanos de Ceuta y Melilla.

FRONTERAS DE DESIGUALDAD

Detrás de cada uno hay un cúmulo de circunstancias políticas, económicas y personales que les acaba empujando a lanzarse al mar en busca de una vida mejor. Juan Carlos Lorenzo, coordinador de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Canarias, explica que, según su experiencia, el denominador común es que «se trata de gente sin el más mínimo proyecto vital para desarrollar una vida medianamente sostenible y digna en su país».

Los conflictos, la pobreza, el hundimiento de la economía –tanto la formal como la sumergida– a causa de la pandemia, la interrupción de la movilidad internacional durante la emergencia sanitaria o los cierres de otras rutas migratorias son el telón de fondo con el que se explica el aumento de las llegadas a España en los últimos años. «Estamos hablando de una de las fronteras [norte de África y sur de Europa] con mayor brecha de renta del mundo», resume Lorenzo.

La desesperación por cruzar esta línea divisoria entre dos mundos es además una de las causas que conforman la nueva realidad en las rutas migratorias hacia España: las condiciones que ofrecen quienes se lucran organizando las travesías son cada vez más peligrosas y, pese a ello, la demanda no para de crecer.

Así lo atestigua Aicha, la joven costamarfileña y única superviviente tras el naufragio de una patera que partió desde Mauritania hacia las Islas Canarias, el pasado mes de abril, con más de 50 personas a bordo. «Dos días después no nos quedaba agua ni comida. Al cuarto día se acabó la gasolina. Había hombres que ya no podían ponerse de pie y que gritaban de sed. Usamos un zapato para darles un poco de agua de mar. Al principio rezábamos. Luego dejamos de hacerlo. No teníamos fuerza ni para tirar los cuerpos al agua», señaló Aisha, cuyo testimonio fue recogido por la OIM en un informe publicado el pasado mes de julio.

PIEDAD LÍQUIDA

El hecho de que este tipo de historias pasen inadvertidas, afirma Juan Carlos Lorenzo, tiene que ver con la victoria de «un relato de indiferencia que no es natural, sino fruto de una construcción social necesaria para afianzar la visión de la política migratoria que desarrolla en la actualidad la Unión Europea».

«Es escandaloso el pensar que este tipo de situación tan dramática no nos sensibilice, más allá de momentos concretos. Es lo que el poeta Luis García Montero llamaba la piedad líquida, que es aquella que experimentamos solo cuando vemos el cuerpo del niño Aylan en la playa o con la historia de Séphora, la niña de 13 meses que fallece en Canarias, cuando a su madre se le cae de las manos al mar», añade.

Aylan Kurdi

Por ello, frente a la «necropolítica migratoria» de la Unión Europea, centrada en «fortificar fronteras y crear islas jaula» en Canarias, Lesbos o Lampedusa, el portavoz de CEAR aboga por un cambio de óptica que, por delante incluso de las medidas concretas, instaure una «narrativa de derechos humanos» para que, por lo menos, «algo se nos revuelva por dentro» cuando miles de personas mueren en el mar.

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