Irak, peor que con Sadam

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Irak, peor que con Sadam

Diego Carcedo, periodista

Ni Bush, ni Blair ni Aznar parece que muevan un dedo para arrepentirse por lo menos de la que armaron. Oficialmente en Irak ya no hay guerra. La guerra que montó Bush hijo con la ayuda de Blair, y Aznar de comparsa oficioso, fue dada por liquidada hace algún tiempo. Sadam Husein ya no vive para poder echarle la culpa de lo que está pasando. Pero los iraquíes siguen muriendo igual que en sus tiempos de dictadura férrea. Antes lo mataban sus guardias, ahora se matan entre ellos con el mismo sadismo. En el mes de octubre recién pasado fueron 964 las víctimas de la violencia que no cesa.

Ya son muchos los miles, centenares de miles, de vidas que ha costado la invasión tramada en las Azores. Sus promotores tienen pocas razones, es decir ninguna, para sentirse satisfechos y, en cambio, sí muchas para sufrir cosquilleos en la conciencia pensando que los muertos anteriores eran de responsabilidad ajena y los actuales de iniciativa propia. La guerra de las mentiras consiguió deshacerse del dictador, una pérdida muy reparable, pero nada más.

¡Ah, si! Recuperar el petróleo para los intereses norteamericanos, que era el objetivo secreto y buenos bolsillos deben de estarse llenando desde entonces. Porque el resto, lo que afecta a la libertad, a la democracia, a la convivencia, a la seguridad y a los derechos humanos, que ya estaban mal, ahora están peor. Ahí está el torrente diario de víctimas en atentados y enfrentamientos que la prensa internacional ya no refleja porque ha dejado de ser noticia.

Y la situación además de dramática ofrece perspectivas negras para el futuro. Nadie ve solución al conflicto fanatizado que se ha acentuado entre chitas, sunitas y kurdos. La violencia generada por la guerra continuará, coinciden todos los expertos. Desencadenar hostilidades entre colectividades diferentes es bastante fácil, como se ha demostrado tantas veces, pero pararlas siempre se vuelve difícil. Ni Bush, ni Blair ni Aznar parece que muevan un dedo para arrepentirse por lo menos de la que armaron.

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