La gente que aguardaba por el servicio comenzó a darse un banquete de comentarios en el afán de saber para qué diablos esa apuesta mujer deseaba esas hojas. En algunos no faltó la sonrisa maliciosa de que serían utilizados como adición sanitaria o hacer cucuruchos para rellenar con maní tostado.
El propietario, pensando siempre en las ganancias, no tardó en responderle que sí, que tenían esos excedentes inservibles, que ajustarían la cantidad y el precio a cobrar.
Estos establecimientos privados están gozando de amplia clientela que solicita servicios de impresión básicamente para documentos migratorios y, en menor medida, escolares. De paso, algunos ofrecen grabar en memoria el famoso “paquete”, ese compendio de filmes y series bajados de la internet y que funciona como alivio de una casi siempre aburrida programación televisiva local.
Llegado el momento, el joven comenzó a sacar del cesto una buena cantidad de hojas. Probablemente ya tenía fijado el precio cuando se le ocurrió indagar para qué los necesitaba.
-Soy doctora. No tenemos ni recetarios ni métodos. Nos han dicho que debemos hacerlos por nuestra cuenta.
Como que no faltan personas de buena voluntad, el joven no cobró ni un centavo.
Ni lo uno ni lo otro. Lo único que sobra en muchos de nuestros médicos es la voluntad de servicio y quebraderos de cabeza a la hora de recetar un medicamento que pudiera estar en falta por tantas razones como estrellas en el firmamento.
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