Señor Presidente de los Estados Unidos, después de una campaña miserable con apoyos sospechosos se esperaba que en la Casa Blanca, el hábito haría al monje y la gracia de estado sobrevenida le llevaría hacia comportamientos acordes con la dignidad del cargo. Pero en el despacho oval sigue siendo un bocazas que confunde la velocidad del twit con el tocino de la responsabilidad, ejerce de matón, agrede sin parar, se instala en el desquite, amenaza en todas direcciones para acabar vendiendo armas a Arabia Saudí, a Catar, a Corea del Sur o a Taiwan. Veremos si en Hamburgo alguien le paran los pies.
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