Camas que van haciendo historia

Opinión

Camas que van haciendo historia

La política y la cama siempre han tenido algo, qué digo algo, ¡mucho!, que ver. En realidad, la historia se ha hecho en buena medida bajo las sábanas, más incluso que alrededor de las mesas de los consejos de ministros.

Las peripecias de alcoba traen estos días a maltraer a Silvio Berlusconi, por citar un ejemplo próximo en el tiempo. Las aventuras amorosas o simplemente sexuales son parte frecuente de los entresijos del poder. Llegado a esta conclusión, cabe añadir que en esta cuestión concreta no hay diferencias ideológicas ni matices de liderazgo. En los líos en torno a la cintura caen lo mismo a los puritanos de la derecha que los revolucionarios de pinta más ascética. Tampoco hay diferencias entre razas, colores y creencias.

Mao se pasaba por la piedra todo lo que volaba con faldas a su alrededor y Stalin devoraba mujeres igual que enviaba enemigos a Siberia. Del que no consta nada, pero nada de nada, es de nuestro aflautado satrapita nacional, quien lo pagó en nuestras costillas. En Washington, donde el puritanismo es parte del pasaje, todo el mundo sabe que la respetabilísima Casa Blanca por dentro guarda más recuerdos de cuernos y folleteo que muchos moteles de carretera.

Quien más quien menos recordará lo de Clinton en el despacho Oval. Pecata minuta. Aparte que no fue el único, ni mucho menos el primero, que compensó las preocupaciones del cargo echando secretas canas al aire. Kennedy fue otro que también aprovechó los días, y eso que sufría terribles dolores de espalda. Y su mujer, Jackie, tan modosita y sonriente, tan ejemplar modelo de esposa, tampoco se quedó atrás.

Las últimas revelaciones aseguran que se dio apasionados revolcones con Marlon Brando, igual que cuentan que hizo Nancy Reagan con el gran amigo de su marido Frank Sinatra. Jacki además se consoló en su viudedad con un prolongado romance con su cuñado, Bob, que sólo terminó el día de su asesinato bajo los disparos de Sirham Poco después, se casó con Aristóteles Onassis, un buen partido incluso para una viuda de tanto lujo.

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