Al Gobierno se le vuelven a torcer las cosas. Se vuelve a encontrar con el paso cambiado en un momento delicado para nuestra economía.
Ha preferido prolongar la legislatura y dar un nuevo impulso político a la misma con un cambio de gobierno «más político» y con un acuerdo estable con el PNV.
Podía haber hecho otra cosa, algo que le he reclamado desde el Debate del Estado de la nación: disolver las Cámaras y convocar elecciones generales para dar paso a otro gobierno con un calendario político más favorable y con capacidad de emprender cambios en profundidad.
Los indicadores económicos decepcionan. La economía española vuelve al estancamiento con una desaceleración de la tasa de crecimiento intertrimestral hasta el 0%. La presión sobre los consumidores con el incremento del IVA y el fin de estímulos artificiales no sostenibles en el tiempo como el plan E se han cobrado su factura.
Además, la tormenta financiera vuelve a arreciar. Algo, que es evidente, que el presidente del Gobierno no esperaba. En esto, el error de análisis y de políticas es garrafal. El presidente del Gobierno no puede mantenerse pasivo y su política no puede consistir únicamente en esperar a que todo se calme. Su deber es sacar a España del grupo de países sobre los que se duda continuamente. Pero eso requiere un sentido de la responsabilidad y una moderación ideológica de los que, desafortunadamente para todos, carece el presidente del Gobierno.
Sin reformas económicas, incluyendo una reforma laboral seria, será imposible volver a crear empleo en unas condiciones que devuelvan a la sociedad española la esperanza de recuperar el bienestar perdido.
