Una de piratas

Detrás de la cortina

Una de piratas

Cada vez hay más sectores económicos cuyas fuentes de ingresos peligran por culpa de la piratería en Internet ¿Quién va a pagar por algo que puede conseguir gratis? Esa es la verdadera cuestión que subyace en los estériles debates teóricos, plagados de argumentos tramposos, que se desarrollan entre quienes consideran a los piratas de Internet, poco menos que grandes benefactores que impulsan la difusión mundial del conocimiento y aquellos otros que les ven como vulgares ladrones que se enriquecen explotando el trabajo, las propiedades y las inversiones de otros.

Y, mientras los contendientes permanecen enrocados en la defensa ‘numantina’ de sus posiciones enfrentadas, cada vez hay más sectores de negocio que se ven amenazados por un entramado tecnológico que parece indestructible, gracias al cuál los internautas pueden acceder sin coste alguno a, prácticamente, cualquier contenido que sea ‘suceptible’ de ser disfrutado en la Red.

Curiosamente, algunos de los nuevos cruzados contra esa plaga en que se han convertido las webs de enlaces para las cuentas de resultados de muchas empresas, no siempre se mostraron tan beligerantes como ahora. Por ejemplo, las compañías del sector de la televisión de pago. Hasta que el ‘virus’ no atacó con contundencia al fútbol, su contenido rey, no parecieron ser conscientes del problema.

De hecho, hubo un tiempo, no tan lejano, en que sólo la denostada SGAE de Teddy Bautista, ese enemigo público número uno de los defensores del ‘gratis total’ en Internet, parecía defender la necesidad de que hubiera leyes duras para evitar el uso mercantil realizado por terceras personas de contenidos protegidos por derechos de autor.

Nadie consideraba un problema en aquellos remotos inicios de la actividad de los piratas que los autores de canciones perdieran su medio de vida o que la industria discográfica se enfrentara a una desaparición cierta. Tenían que adaptarse. Encontrar nuevos modelos de negocio.

Además, no era cierto que los músicos se vieran perjudicados por la piratería en la Red. Gracias al ‘tráfico’ de mp3 conseguían una promoción gratuita a la que nunca antes tuvieron acceso. Sus conciertos estarían siempre llenos y los ‘fans’ comprarían los discos a pie de escenario, sin esos odiosos intermediarios que eran las ‘disqueras’ y las sociedades de gestión de derechos.

Pero ese sector sólo fue el primero en caer. Después llegaron otros. Las editoriales, las productoras cinematográficas, las cadenas de televisión…Incluso las operadoras telefónicas tradicionales, de otro modo, empiezan ahora a perder negocios que quedan en manos de empresas sin empleados.

Esos Imperios casi recién nacidos que se convierten en grandes negocios financieros y que suelen tener un denominador común. Dar servicios gratuitos que se aprovechan de las redes existentes ya y que han sido construidas gracias a enormes cantidades de inversión a la que no han tenido que contribuir. Muchas veces, incluso pública.

La contribución a la destrucción de empleo realizada por estos procesos en marcha está por cuantificar. Pero se aprecia fácilmente. Lo mismo que los beneficios cada vez mayores que obtienen estos piratas y el poder de presión política que poseen algunos de los nuevos imperios tecnológicos que, además, se las apañan para pagar muy pocos impuestos gracias a los mecanismos de ingeniería financiera que han sido capaces de poner en marcha.

Ni siquiera es cierto, según las pruebas que aportan la realidad, que esa revolución tecnológica haya contribuido a hacer más libres a los ciudadanos o a permitirles aumentar su cultura. De momento, lo que sí ha sucedido, en todo el mundo, es que el trabajo se ‘precariza’ y hasta empieza a dejar de ser un derecho humano, el de ganarse la vida honradamente, para convertirse en un ‘bien escaso’. Al menos, en la retórica de algunos economistas que ya bombardean ese argumento en sus columnas y sus artículos.

También sucede que la desigualdad ha aumentado sin que la gratuidad de la Red haya contribuido a lo contrario. Sí ha traído, sin embargo, una nueva ‘casta’ de ‘billonarios’ sin corbata que, fuera de sus preferencias a la hora de elegir la ropa no parecen diferenciarse mucho de los anteriores ‘reyes del universo’.

Y, al final, todo es mucho más sencillo de lo que parece. Enriquecerse a costa del trabajo de otros, a quienes, además, se les impide obtener el fruto de su esfuerzo no puede ser considerado legal en ningún caso.

Y bastaría con poner ahí la frontera para que muchas aguas volvieran a su cauce. Incluso para que de verdad los maravillosos avances tecnológicos que se han producido en los últimos años beneficiarán por fin a la mayoría de los ciudadanos, en lugar de servir únicamente para enriquecer a unos pocos.

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