El Mundo de Ayer

Crisis del euro

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El centenario del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando se presenta ante una Europa acosada por los nacionalismos y animada, al mismo tiempo, por la creencia de haber superado los problemas financieros de su periferia. 2014 celebra el centenario del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria-Este, príncipe imperial de Austria y príncipe real de Hungría y Bohemia; y desde el suicidio en 1889 de su primo el Príncipe Heredero Rodolfo, también principal candidato al trono austrohúngaro. Este fue el desencadenante de la declaración de guerra a Serbia por parte de Austria y, en última instancia, de la Gran Guerra, más tarde conocida como Primera Guerra Mundial.

Tal y como explicó Stefan Zweig en su autobiografía, El Mundo de Ayer, este hecho también supuso el final de “la edad de oro de la seguridad”. Zweig creía en el europeísmo y en el internacionalismo, y vio antes que muchos los peligros del nacionalismo. Este fue el último libro que escribió. Zweig y su mujer se suicidaron el día después de enviar el manuscrito a su editor sueco desde su exilio en Petrópolis, en el estado de Río de Janeiro. Era el 23 de febrero de 1942. Había escrito: “Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra”.

Cien años después del incidente de Sarajevo y setenta años después del final de lo que resultó ser una guerra civil europea que duró treinta años, mucho se ha hecho para garantizar que los conflictos en esta región se resuelvan por medios pacíficos. Sin embargo, el nacionalismo es todavía una fuerza con la que se debe lidiar porque está desgraciadamente en auge, y no sólo en Europa.

Una de las libertades individuales que murió con la Primera Guerra Mundial es el derecho al movimiento y el libre asentamiento de personas. Zweig encontró en los controles de pasaportes de las fronteras nacionales durante un viaje en ferrocarril realizado al finalizar la contienda un cambio sustancial y ominoso.

En este aspecto, el Acuerdo de Schengen es seguramente uno de los grandes logros de la Unión Europea. Cada vez que atravesamos un control de pasaportes al llegar al Reino Unido o al aterrizar en la Unión Europea procedentes de ese mismo lugar deberíamos preocuparnos. No tanto por la dudosa utilidad que tiene para los asuntos de seguridad nacional esta pérdida de tiempo y práctica de docilidad bovina sino, fundamentalmente, porque supone un triste recordatorio de lo mucho que queda por hacer si se quiere acabar con el nacionalismo.

Precisamente la semana pasada los suizos votaron a favor de una proposición traída a colación por un partido radical de naturaleza neoconservadora y xenófoba que pretende rescindir la libertad de asentamiento de los ciudadanos europeos en ese país. La Unión Europea tomará medidas compensatorias, y ya está.

Las elecciones al Parlamento Europeo que tendrán lugar en mayo prometen unos resultados abultadamente antieuropeos. Mientras los optimistas optan por restar importancia a esta terrible realidad presentándola como un berrinche electoral a medio plazo, estas elecciones consagrarán a algunos de estos partidos radicales como opciones democráticas legítimas, y esas son malas noticias.

Mientras encaramos el próximo tramo de la crisis financiera esta libertad, o mejor dicho la falta de ella, debería abrirse paso en el debate. Con la desaceleración de los programas de estímulo de la Reserva Federal –más conocidos como tapering-, la comunidad financiera internacional intenta salirse de un carry trade de enormes magnitudes en los mercados emergentes. El tapering también se ha revelado para algunos como la otra cara de la moneda en esa combinación que mezcla inyección de liquidez y políticas de dólar débil en los Estados Unidos con las políticas de austeridad de la zona del euro y su sistema bancario destartalado.

El pensamiento actual defiende que en un mundo tipos de interés al alza en los Estados Unidos, la financiación de los déficits por la cuenta corriente en los mercados emergentes será más cara, y que por ese motivo el perfil de deuda externa de los emisores empeorará inevitablemente, pudiendo llegar a generar en algunos casos un problema en la balanza de pagos. Esta es la manera sofisticada que tienen los modernos mercados internacionales de capital de funcionar, o de no funcionar.

Tal y como hemos visto con los países más sufridores de la periferia europea, a los árbitros que determinan qué invertible y qué no lo es no les hace falta demasiado para cambiar de prestar importes cada vez mas grandes con rentabilidades muy bajas a una actitud cerrada por completo a otorgar préstamo alguno, para después volver a conceder préstamos no sin antes comprobar que los valores que han desatado toda esta agitación han subido lo suficiente de precio como para ser de nuevo caros. Estos actores financieros son conocidos como real money investors. Sus parientes lejanos, los hedge funds –que como todo el mundo debería saber a estas alturas fueron los responsables de la crisis financiera- juegan de vez en cuando su papel en el período intermedio de gran volatilidad de precios, esto siempre y cuando ese papel no hayan sido usurpado por el sector oficial.

El antiguo arte de analizar los saldos de las reservas de divisas y de seguimiento de cada respiro de los bancos centrales ha regresado con fuerza a los mercados emergentes. Sin ir más lejos, Turquía parece ser el primero en perseguir un accidente que podría necesitar la asistencia del FMI. Mientras observamos la evolución parcial de los flujos de fondos que han permitido financiar parte del crecimiento de estas economías en los últimos años, no deberíamos olvidar que las recesiones que llevará a el equilibrio de la balanza externa en estos países también se acabará con el superávit registrado en la balanza por la cuenta corriente de la zona del euro. Esto bien podría matar los inicios de la dudosa recuperación europea, especialmente en la periferia, donde las cifras netas de exportaciones parecen ser la única fuente de crecimiento ya que la consolidación fiscal y el desapalancamiento financiero aseguran una demanda doméstica agregada débil.

No parece existir nadie que exija una restauración inmediata de la libertad de asentamiento de personas a escala global como una ayuda para estabilizar automáticamente los problemas de las balanzas de pago. Además, ¿no tiene sentido que en una economía globalizada donde el capital, los bienes y los servicios se pueden mover libremente también puedan hacerlo las personas? La inmigración masiva jugó un rol fundamental en la economía global anterior a la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, los políticos de hoy están levantando todo tipo de muros –a veces literalmente- para prevenir este tránsito. Y esto es malo para todos.

Los inversores están tan desesperados por participar en la recuperación de la zona euro porque, quizás, no tengan otro lugar mejor al que ir. Sobre todo si el dólar fuese a experimentar uno de sus periódicos ‘rallys’ en su largo periodo bajista desde 1971. Pero claro, el mercado de bonos sigue siendo el que tiene la última palabra, tal y como apuntó célebremente James Carville. Una pena que sus participantes parezcan tan ciegos hoy ante el peligro como lo estaban ante la oportunidad de inversión de hace dos años.

Y aun así, mientras algunos demandantes alemanes buscan una vergonzosa normativa contra los programas de compra de bonos del BCE (un método diseñado para estabilizar los mercados de deuda soberana con una potencia de fuego tan grande que jamás tendrá que ser utilizado), los mismos inversores que pronosticaban confiadamente el final del euro, Grexit y otra serie de espantosos desenlaces para ese paraíso socialista llamado eurozona ahora no pueden conseguir suficiente periferia en sus carteras a ningún precio. Cuanto más, mejor.

La consecuencia no intencionada de esta rotación de carteras que busca salir de los mercados emergentes para introducirse en la periferia europea es que, en el corto plazo, parece ratificar las políticas ad hoc implantadas por algunos gobiernos de la periferia europea para poder así cumplir con los objetivos de déficit o las condiciones de sus paquetes de ayuda (CAP).

Irlanda acaba de salir de su programa de rescate. Esto no quiere decir que los 67.500 millones en ayudas otorgados por la Unión Europea hayan sido devueltos, pues esto no se conseguirá hasta el 2042 si todo marcha bien. Pero evidentemente su salida del rescate es recibida con alegría por los mercados. No hay mucho que comprar en los mercados de capitales irlandeses ya que la mayoría de los bonos soberanos se encuentran o en manos del BCE o en manos de un fondo de inversión estadounidense. Algunas personas creen que esto supone una salida exitosa de su crisis que queda por encima de cualquier evidencia. Y así como los problemas de Irlanda y Grecia terminaron evidentemente contagiando a España, la percepción de que Irlanda ha triunfado en darse la vuelta para poder salir finalmente de la crisis se aplica a otros países de la periferia que han visto un ‘rally’ brutal en la deuda soberana, el crédito y las bolsas.

Nadie puede estar más feliz con esta circunstancia que nosotros. Sin embargo, hay consecuencias no intencionadas a esta estabilidad financiera. Y no todas parecen buenas, de momento. En primer lugar, el Gobierno español parece encontrarse aquejado por un falta de contacto con la realidad. Hay demasiado regodeo sobre el éxito de la administración en su lucha contra la crisis, especialmente después de aquellos primeros tumultuosos meses al frente del país.

Como todos los gobiernos, el español atribuye este cambio de curso a sus propias acciones. Por otro lado, todavía creen que las turbulencias con las que el mercado saludó las elecciones eran el resultado de un ataque contra el país perpetrado por financieros ignorantes llenos de histeria. Claro que podrían acertar o errar en ambos casos, o acertar en uno y errar en otro. En cualquier caso el reciente respaldo del mercado es de alguna manera sorprendente dado que este gobierno se ha revelado como un gran enemigo del mercado, a excepción de cuando ha tenido que tratar con sus amados bancos.

Mientras la renta disponible de la clase media se desmorona gracias a una tormenta perfecta alimentada por la alta tasa de paro, la reducción de salarios, la subida de los impuestos directos e indirectos y los recortes en algunos servicios como sanidad o educación, el Gobierno ha garantizado recientemente el valor de créditos fiscales de los bancos (DTA) habiendo garantizado ya previamente miles de millones de euros de emisiones de bonos. Esta garantía permite a algunos bancos, incluyendo a todos los que han sido nacionalizados por el FROB, no tener que hacer una ampliación de capital para poder cumplir con los requerimientos de Basilea.

Cuando algunos inversores internacionales preguntan a un amigo mío muy perspicaz si este es un buen momento para invertir en España, él siempre contesta: “Sí que lo es, siempre y cuando puedas comprar el lunes y vender el viernes por la mañana como muy tarde”. Casi cada viernes, tras el Consejo de Ministros, la Señora Vice Presidente del Gobierno anuncia con una tranquilidad pasmosa una nueva afrenta a los derechos de propiedad y el sentido común.

Las reglas de juego para las inversiones intensivas en capital en negocios regulados consisten en que ya no hay reglas. España ha regresado hacia el sistema bipartidista del XIX y principios del XX. Dos supuestos partidos democráticos –liberales y conservadores- se alternaban el poder con unas consecuencias desastrosas para el bienestar del país. Poco parece haber cambiado en cien años. La Administración tiene más cargos políticos de lo que sería saludable para un funcionamiento adecuado del país o de su ética. Los funcionarios públicos se ven apartados de puestos de responsabilidad con unas consecuencias desastrosas para la planificación a largo plazo, el crecimiento económico y la seguridad legal. La distancia con el poder es mínima.

Si parafraseamos a Alexis de Tocqueville: “Cuando el espíritu de un servicio público abandona a la gente, la profesión de funcionario inmediatamente pierde su honor y estos trabajadores públicos caen a lo más bajo de la sociedad; despiertan poca estima y ningún entendimiento. Los hombres que entran al servicio público ya no son los mejores, sino los de méritos más mediocres. Esto eleva un círculo de causa y efecto del que es muy difícil escapar: la mejor parte de la nación evita el funcionariado porque esa profesión ya no es honorable y la profesión no es honorable porque la mejor parte de la nación ha dejado de formar parte de ella y apreciarla”.

Algunos comentaristas señalan que la culpa es de dos hermanos que ocupan cargos de relevancia. Aunque parece ser cierto que ambos influyen sustancialmente en las políticas del Gobierno, culparles a ellos por la trayectoria del mismo es no haber entendido nada. La culpa, si la hubiera, tendría que recaer rotundamente sobre el Presidente del Gobierno, aunque éste sea tan opaco que el Gobierno parece correr a cargo de unos ministros que con frecuencia tienen encontronazos por culpa de sus agendas enfrentadas. No hay sensación de ir en una dirección determinada. Todo se resume a tácticas, pero no parece haber una estrategia. No hace falta decir que un shock interno o externo pondrá punto final a este plácido estado de las cosas. Los inversores deben entender que todavía hay un problema de déficit público y que la aportación del sector exterior al crecimiento del PIB se encuentra bajo presión por culpa de la desaceleración experimentada por los mercados emergentes, que las cifras totales de deuda son todavía muy altas y que el número de desempleados sólo decrece porque la población activa no para de caer. Cuando asuman esta dura realidad puede que no encuentren la periferia tan atractiva.

Puede consultar la versión original del texto en inglés en este blog

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