“Prestige”: no paso nada

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“Prestige”: no paso nada

«Una de las mayores catástrofes ecológicas se debió según los jueces a fallos estructurales, una expresión válida para casi todo lo que en la vida sale mal» Bueno, pues ya está claro: lo del “Prestige” no fue nada o casi nada si queremos respetar flecos. Once años después, las dudas se han disipado judicialmente: no hay responsabilidades penales en torno a aquella catástrofe que destrozó una buena parte de la costa de Galicia, que dejó sin trabajo a millares de profesionales del mar y la hostelería, que movilizó a innumerables voluntarios, estremeció a los defensores del medio ambiente, generó fuertes polémicas políticas, llenó páginas y páginas de prensa nacional y extranjera y saturó informativos de todo el mundo con detalles del desastre.

Pero no pasó nada o, en fin, casi nada, insisto, para ser más rigurosos. La Audiencia Provincial de A Coruña así lo considera y, no hace falta recordarlo, que las sentencias judiciales se pueden criticar pero hay que acatarlas. La cosa se queda en que Apóstolos Mangouras, el angustiado capitán del barco a quien veíamos en la tele temblar encorvado cuando la guardia civil lo llevaba al calabozo, asumirá una leve condena de nueve meses de prisión por desobediente a pesar de que de niño ya no tiene edad, pero por nada más.

El resto, al contrario que en la película de Berlanga, todos a la calle; todos libres de culpa y de dudas porque de aquello salen absueltos los imputados — encabezados por el entonces director de la Marina Mercante –, el Gobierno y… en fin, todos cuantos sobrellevaban la sospecha de que hubiesen tenido o ejercido alguna responsabilidad en la gestión – que los profanos creían mala, errónea, temeraria, lo que sea – de lo ocurrido. Ni siquiera existe responsabilidad penal en el desastre ambiental que fue de órdago a la grande.

Una de las mayores catástrofes ecológicas causadas por el hombre, desde luego la mayor en España que se recuerda, se debió según los jueces a fallos estructurales, que es una expresión válida para casi todo lo que en la vida sale mal, y aquí paz y después gloria para quienes la han sufrido en sus carnes, en sus economías, en su ánimo y en su entorno. Han pasado once años exactos desde aquel trece de noviembre de 2002, la instrucción debió ocupar toneladas de papel y muchas horas de trabajo, y la sentencia que era esperada con una expectación que se confirmó, sí, muy justificada a la vista de la sorpresa que deja en el ambiente. Parodiando a la montaña, la Audiencia alumbró un ratón.

Parece, repito, que todo está más claro que el agua embarrada por el chapapote. No pasó nada salvo todo lo que pasó y sigue pasando puesto que las secuelas del derrame de crudo aún no se han superado del todo. Lo que no se ha aclarado es por qué para llegar a una conclusión tan sencilla fue necesario mantener tanto tiempo en la incertidumbre a los imputados y con interés expectante al resto de la ciudadanía. La Justicia quizás nunca pueda ser todo lo rápida que es de desear, pero hombre, tan lenta para sentenciar algo tan claro…

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