La Casta

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La Casta

Carlos Humanes, editor de Elboletin.com

Habrá quien eche de menos en estas postrimerías veraniegas dedicadas a las lecturas del recuerdo la existencia de algún Blasco Ibáñez del siglo XXI que narrará los acontecimientos de la España de hoy, como hizo en su tiempo el este gran autor.

Este escritor valenciano, de convicciones republicanas, autor de obras inolvidables como ‘La Barraca’, ‘Cañas y barro’ o ‘La araña negra’ se habría dado un verdadero banquete con la política y los políticos españoles de hoy, que tanto se parecen a los que él tuvo que sufrir en aquellos finales del siglo XIX y principios del XX.

Eran los tiempos en que los tejemanejes de los tejemanejes de Canóvas, y Sagasta y sus compañeros de viaje, para mantener el sistema y sacar todo el partido personal posible de la situación emponzoñaban el panorama y las crónicas de esa época recuerdan demasiado al momento actual.

Ahora son Rajoy y Rubalcaba quienes se esfuerzan en hacer todo lo posible para mantener el modelo político que les ha permitido llegar al lugar en el que están y en el que parecen empeñados en mantenerse a cualquier precio.

La lista de corruptelas relacionadas con la acción política en cualquier punto del mapa de España es, al menos, tan amplia como en la época de Blasco y esa mancha de aceite transversal, si bien más fina en unas zonas que en otras, llega a todas partes, mientras las élites dirigentes, rechazadas y vilipendiadas por los ciudadanos en las encuestas, se enfrentan a ese rechazo social con perplejidad, como si no supieran exactamente lo que pasa.

Sin embargo, es muy fácil de entender. Basta, por ejemplo, con echar una mirada al último episodio conocido que implica a un político pillado con las manos en la masa. En este caso, José Zaragoza, quien fuera secretario de Organización del PSC y, hasta hace nada, miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE.

Resulta que Zaragoza aparece envuelto en un estrambótico caso de espionaje, con detectives, políticos de la oposición y algunos otros elementos que parecen más propios del guión de una comedia loca que de la realidad misma y ante esta circunstancia, en su partido le dejan ‘dimitir pero poquito’.

O sea que deja todos los cargos órganos pero mantiene el acta de diputado. Evidentemente, para los ciudadanos esta es una broma de mal gusto repetida constantemente por todo político de cualquier partido que ha sido pillado en un renuncio.

Y ya hasta el personal más bien pensado empieza a tener claro que el único objetivo de mantener el escaño es continuar con la condición de aforado para disfrutar del trato preferente que el sistema judicial español concede a quienes gozan de esta figura.

Es sólo un ejemplo, pero desgraciadamente, casi no hay una semana completa en la que no pase algo parecido. Y eso no es nada bueno para que la política recupere su prestigio. No tanto, o no sólo por la proliferación de corruptos. Sobre todo, por la tibia reacción de los partidos a los que pertenecen ante el problema.

Sin contar con que todo se complica ante la certeza de que estos representantes electos son incapaces de realizar el trabajo para el que se les votó que no es otro que sacar a este país de la crisis y procurar el bienestar de sus ciudadanos.

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