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Marca España

Dejaba claro el Ministro de Exteriores en Bruselas que en adelante se acabó la “España de charanga y pandereta”, la de Mantilla no porque esa es negociado exclusivo de María Dolores de Cospedal. Ayer en Bruselas dimos por acabado el ciclo de tópicos españoles y declaramos ilegales a todos esos símbolos que durante años estuvieron asociados a una paella con moscas. Lo siguiente será ver cómo parten hacia el exilio los toritos, flamencas, piropeadores de andamio y tipos rudos que desayunaban carajillo y se guardaban la otra mitad del palillo en la cartera. Es el signo de los nuevos tiempos: Manolo “el del Bombo” se ocupaba del “Marca” y de España, ahora queremos dar una imagen nueva, atractiva, dinámica, como si aquí nadie hubiera oído hablar del Fary, ni lo hubiera tarareado en la ducha.

Veremos lo que nos dura este ataque de modernidad antes de que aflore el pelo de la dehesa y alguien monte un mercadillo con las antiguas cassettes de bar de carretera con los grandes éxitos de Camela.

Ir contra la corriente siempre ha resultado muy peligroso porque hay comportamientos que no se pulen de la noche al día. Por mucho que declaren ilegal la bota y el botijo aquí tenemos tendencia a beber a morro, no en vano en apenas una generación hemos pasado de la boina a rosca a no quitarnos los vaqueros 501.

Lo que pretende Margallo no se consigue en una presentación, es algo más que una voluntad declarada ante un micrófono. El siglo XIX lo estiramos como un chicle, tanto que el siglo XX fue cosa de poco, casi de cuando llegaron los televisores en color. Solo hay que ver “Cine de Barrio” para hacer una inmersión en la antropología española más cañí. Y no es que me parezca mal cambiar a Quintero, León y Quiroga por Enrique Iglesias y David Bisbal, es que no hay color. España sigue siendo crónica de corrala aún entre vecinos de nuevos adosados con piscina común. Dentro de veinte años seguirá vigente una copla cantada por Rocío Jurado y no tanto un decreto de Margallo.

A veces parece que se nos ha subido el Mundial a la cabeza y que hemos perdido la perspectiva histórica de lo que somos. Modificar un comportamiento colectivo es poco democrático además de bastante inútil. Mas que apostar por una Marca España hay que crear las bases para que ser español no sea ni triste, ni imposible, ni un pozo de melancolía por las oportunidades perdidas. Pero eso no se anuncia en Bruselas aunque todo hay que reconocerlo, señor ministro, le quedó un acto soberbio que espero remataran con la presencia de alguna tuna española de las muchas que dan el coñazo por los bares de los alrededores de la Gran Place. Ya sabe: en todas partes cuecen clavelitos por mucho que usted se empeñe en desmontar el tablao.

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Marca España

Rafael Martínez-Simancas

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