¿Y esto nos pasa por ser demasiado buenos?

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¿Y esto nos pasa por ser demasiado buenos?

Hoy empiezo por pedir perdón por anticipado a los posibles lectores de esta pieza y advierto que en ella renuncio por completo a la objetividad, esa que los periodista habrían de tener a gala y a la que quizá, he aspirado alguna vez. Pero la acumulación de despropósitos perceptibles en los actos del actual Gobierno me obliga a pasar la línea roja.

Un año después de llegar al poder Mariano Rajoy y los suyos no parecen haber conseguido nada de lo que se supone que querían hacer. Y eso que dicen que en busca de asegurarse la consecución de los objetivos han tenido que adaptar su programa electoral a la realidad. Es decir, han tenido que incumplirlo. Aunque, a la vista de los sucesos de los últimos días, quizá sea más fácil de lo que parece entender los motivos del fracaso. 

O al menos, preguntarse si los seis millones de parados, la escasez del crédito, los cierres de empresas, el deterioro del estado del bienestar, la emigración de los jóvenes en busca de su futuro lejos de nuestras fronteras, la total renuncia a buscar un nuevo modelo de crecimiento y, en fin, ese entorno endiablado que rodea a la economía española, es el premio que hemos obtenido por ser los alumnos más aventajados de Bruselas y poner en práctica las recetas de recortes y austeridad que nos dicta Berlín y que llevan dentro el germen de una crisis social aguda que puede estallar con furia en cualquier momento.

Sea como sea, resulta casi lamentable que, con la que está cayendo, y justo cuando la Encuesta de Población Activa (EPA) ha puesto números al espectacular fracaso de la política del actual Ejecutivo, su presidente, en lugar de dar la cara aquí mismo, este de 'viaje' por Latinoamérica para participar en una Cumbre descafeinada y nos lleguen pistas de su eficacia, esa impagable felicitación al Gobierno cubano que realizó en Perú ante el estupor de Ollanta Humala, y su perfil humano. Menos mal que, según le ha confesado a Piñera, le echa 'sentido del humor' a su trabajo, porque si no su sufrimiento sería excesivo. 

Cómo es lógico, la broma no le ha sentado bien a sus votantes. Ni al resto de los ciudadanos españoles que lo pasan mal y que cada vez son más. Porque sufre quien no tiene trabajo, sufre quien teme perderlo y sufren todos aquellos a quienes se les ha robado la posibilidad de tener un proyecto de futuro.

Unos ciudadanos que esperan respuestas eficaces para solucionar sus problemas y no bromas de mal gusto. O por lo menos no las que suele proporcionar a la concurrencia esa humorista llamada Fátima Báñez, a la que alguien nombró ministra de Empleo, cuando comparece en las ruedas de prensa posterior a los Consejos de Ministros. 

Sus guionistas no aciertan nunca y sus llamamientos a la esperanza suenan a tomadura de pelo. Porque es eso y no otra cosa explicarle al país entero que sin la reforma laboral que ha aprobado el Gobierno aún se habría destruido más empleo. Más aún si se hace en un momento en que las plantillas de empresas como Iberia o las cajas ahorros arruinadas tienen ante sí un futuro devastador en el que lo único que parece confirmado es que van a quedarse sin trabajo.

Claro que quizá nos equivoquemos y el milagro que espera esta ministra, famosa por su devoción mariana, vaya a producirse y nosotros, hombres y mujeres, de poca fe, no podamos ver los signos del esplendor laboral que nos espera y que llegará un día de estos sí, pero hoy no, como diría José Mota, uno de los profesionales más brillantes del gremio en el que parece buscar empleo la ministra en cuestión.

Y, sin embargo, como decíamos antes, los recortes, la severa aplicación de las recetas de la troika que España ha realizado sin esperar siquiera a recibir dinero como sí hicieron nuestros ilustres antecesores, Irlanda, Grecia y Portugal, sólo parece haber servido para que Angela Merkel manifieste su preocupación por el paro juvenil español, en lo que también suena a chiste malo en los oídos de los afectados. 

Hemos seguido la receta con más profundidad que nadie y contra toda evidencia de que sirviera para curar la enfermedad, puesto que la aplicación del tratamiento en los otros pacientes sólo ha servido para agravarles el mal. Y después de esta demostración de gregarismo, el premio obtenido es, ni más ni menos, que el hecho de que España quede completamente relegada de todos los ámbitos importantes de decisión de la UE, a pesar de ser la cuarta mayor economía del euro. 

Pues bien, el celo de este Gobierno en la obediencia de vida parece habernos situado desde el punto de vista institucional en una posición similar a la de Chipre. Hasta el punto de que parece que como mucho podríamos aspirar ahora a que un español ocupara la vacante que se ha producido en el cargo de 'jardinero mayor' de Angela Merkel. Y ni siquiera es seguro que no se lo den al candidato irlandés que también pretende el puesto.

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