Pulso entre reinas

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Pulso entre reinas

En los últimos días, la evolución de la crisis de la larga crisis que amenaza al euro desde hace ya, al menos, un par de años, nos ha proporcionado un curioso e inesperado espectáculo. Un singular duelo en las altas esferas de las finanzas mundiales entre la canciller alemana, Angela Merkel, y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde.

Sus recientes discrepancias públicas sobre la forma correcta, y la velocidad necesaria, para asegurar la solvencia de los bancos europeos con problemas, marcan un nuevo e inusual capítulo en la evolución de la búsqueda de soluciones para la terrible crisis económica goblal que soportan los ciudadanos desde sus primeras manifestaciones, en otoño de 2007, hasta hoy, sin que se vislumbre la ansiada luz al final del túnel.

En ese contexto, Merkel continúa con sus devastadoras tesis e insiste en exigir que sean los estados y todos los contribuyentes o ciudadanos quienes avalen el pago de la deuda de los rescates bancarios, a la vez que se atrinchera en los requisitos previos, las cesiones de soberanía y la retórica del sacrificio.

Y Lagarde, que parece dispuesta a aplicar el sentido común, parece comprender que la transmutación de la deuda privada en deuda pública que, además, ahoga aún más el crecimiento económico de los países más golpeados, ni soluciona el problema, porque lo alarga y lo extiende en el tiempo y en el número de colectivos afectados.

Por eso, ahora la directora gerente del FMI, como Obama, Hollande, Monti y hasta Rajoy, aboga por una rápida recaptilación directa de los bancos con problemas y que sean sus gestores y accionistas quienes carguen con las consecuencias derivadas de la mala gestión.

Este distanciamiento actual entre las dos mujeres, resulta curioso a ojos de algunos analistas políticos internacionales que recuerdan que cuando Dominique Strauss-Kahn tuvo que abandonar precipitadamente su puesto en el FMI, Merkel fue una de las principales valedoras de Lagarde, que entonces era la ministra de Finanzas francesa del Gobierno de Nicolas Sarkozy y se encontraba en total sintonía con la política germana.

Una sintonía que, sin embargo, resultaba quizá peculiar por las múltiples diferencias que podían apreciarse entre ellas, tanto en lo personal como en los orígenes de su formación académica y profesional. Quizá sólo sea, como dicen algunos observadores que la francesa es mucho más estadounidense de lo que parece y sus visiones del mundo se parecen más a las que circulan por Washington que a las que recorren Berlín.

O que, como siempre se ha dicho, aunque la nacionalidad de la persona que dirige el FMI sea europea, por tradición, también suele ser habitual que siga las directrices que se marcan desde la Casa Blanca. Ahora Lagarde discrepa de Merkel pero no de Obama. Su antecesor, sin embargo, tenía quizá demasiadas opiniones propias y muy pocos amigos.

No es el caso de Lagarde que, si todo se mantiene como hasta ahora, tiene muchas posibilidades de completar su mandato a pesar del disgusto que sus opiniones públicas más recientes debe haber causado en Berlín. Algo que no consiguió, como ya hemos dicho, Strauss-Kahn. Ni tampoco Rodrigo Rato, por cierto.

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