La máquina del oro

Opinión

La máquina del oro

Si por un casual usted aspira a ir haciéndose en su casa una reservita de lingotes de oro de 24 kilates ya no tiene que estrujarse las meninges para encontrar la forma de asaltar los sótanos inaccesibles hasta ahora del Banco de España. Eso es complicado y arriesgado. Le resultará más cómodo seguir calle del Prado abajo y en la plaza de Neptuno acercarse al hotel Palace -tiene un aparcamiento subterráneo enfrente para mayor comodidad- donde, en el propio lobby, va a encontrar una máquina expendedora. De cocacolas no, ¡de oro en lingotes!; lingotes de diferentes tamaños, que serán suyos sin violencia ni delito en cuando introduzca los billetes y monedas necesarios para que se abran las compuertitas que con un ligero ruido colocarán tan preciado metal que diría un cursi, a su alcance.

Sin trampa ni cartón, oro con contraste, certificación de origen y todo el papeleo necesario para que usted pueda fundirlo, venderlo, exhibirlo en la vitrina del salón en plan hortera, o guardarlo envuelto en un calcetín debajo del colchón de su cama. ¡Ah! Y si no le gusta o no es lo que quería, puede incluso devolverlo y recuperar sus euros cantantes y sonantes. Ya era hora de que las máquinas tragaperras además de chuches y refrescos también faciliten la adquisición de oro para nuestro consumo y deleite visual cotidiano. Hasta ahora era un lío comprar oro puro. Te lo venden en las joyerías, por supuesto, pero trabajado con arte y en consecuencia mucho más caro.

Desde ahora tener oro puro en casa será más accesible y económico. La única dificultad, verdaderamente triste eso también es cierto, es que para que la expendedora del Palace se comporte con generosidad hay que inyectarle dinero en efectivo. Lo mínimo, cuarenta euros y de ahí para arriba hasta 1.040, que es lo máximo que se puede invertir de una tacada y a cambio obtener y poder sopesar un lingote, bueno más bien un lingotito, de diez gramos; pequeñito, sí, pero macizo y reluciente.

Más información