Blas Piñar

Opinión

Blas Piñar

Siempre hay un Blas Piñar en nuestra vida. ¿Qué hemos hecho, Señor, para merecerlo? Muchos lo hemos tenido cuando éramos jóvenes en el horizonte político de un pasado inquisitorial y negro, ataviado con camisa azul, el riñón bien protegido por los ingresos de una Notaría exitosa, y obstinado en devolvernos a la Edad Media sin preguntarnos si estábamos interesados en el retorno. Era un Blas Piñar hoy decrépito pero entonces de voz rotunda, ideas retrógradas y actitud firme contra el progreso y la modernidad. Nadie lideró mejor que él el avance hacia atrás. Ahora, muy viejecito el hombre, le imagino contemplando con horror por la ventana que España ha evolucionado hacia el progreso y, al margen de que seamos más los que nos condenemos que bajo su férrea protección, no pasa nada. Tenemos problemas pero los capeamos y somos más libres, lo siento por él que sé eso le alarma. Pero él, el abuelo de la dinastía, no está solo ni tiene razones para ver peligrar su nombre y su tradición de defensa del inmovilismo. Tiene herederos de su nombre, de su apellido y de… sus creencias y principios.

Uno, Blas Piñar hijo, es general de brigada en la reserva y si por él fuese aún la momia de Franco seguiría ordenando y mandando desde El Pardo. Por fortuna ya no tiene mando en tropa, y sus desacatos a la institución militar y a la superioridad continúan guiando su conducta desde el cómodo salón familiar donde disfruta del retiro y cumple alguna que otra sanción. Es terrible tener que convivir, sí, con personas convencidas de su condición mesiánica, tener que soportar la indeseada protección de quienes quieren velar por nuestra suerte. Pero él, Blas Piñar II, sigue fiel a la dinastía y al empeño consuetudinario de salvar a España de todo excepto de sus salvadores crónicos.

Pero, como no hay dos sin tres, ¡válgame Dios!, en los ámbitos mediáticos está empezando a emerger el tercero, el nieto, que en sus conflictos audiovisuales ya apunta maneras patrióticas.

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