Categorías: Opinión

La luz de los sustos

Cuando reflexiono sobre mi condición humana la mayor prueba de mi limitada inteligencia es no haber sido nunca capaz de entender el recibo de la luz. Cuando reflexiono sobre mi condición humana la mayor prueba que me agobia de mi limitada inteligencia es no haber sido nunca capaz de entender el embrollo de las tarifas eléctricas ni el del recibo de la luz que pago todos los meses, de mal humor pero sin rechistar. Es para listos, sin duda, lo que ya no tengo claro es si esa facultad excepcional que tanto envidio a quienes la tienen,  sería mejor utilizarla para llegar a entender lo que pago o tal vez ponerla al servicio de las claves financieras que encierran o enmascaran.
 
A veces los interesados de tan importante sector industrial  repiten que en España la electricidad es barata pero en mi vida profesional como periodista aún no he asistido – ni deseo asistir, por supuesto – a la quiebra de ninguna empresa eléctrica. Ya sé, ¡cómo voy a ignorarlo!, que la producción de electricidad es cara, pero prácticamente sólo en infraestructuras para lo cual además trinca subvenciones que da gusto. Porque luego la mayor parte de la materia prima que utiliza la proporciona la naturaleza – agua, viento, sol –, o es decir, propiedad pro indiviso de todos los seres humanos y no humanos.
 
Tampoco ignoro que en parte la electricidad requiere carbón, petróleo, gas o uranio, que eso si cuesta, ni ignoro tampoco que el Estado en su voracidad creciente de desangrar a los ciudadanos con colaterales se lleva un buen pico. Pero con todo, para mí  lo más extraño y preocupante es ese empeño en oscurecer más cada vez la argumentación sobre las razones de los precios y el galimatías de los recibos. El negocio de la electricidad es un servicio que usamos todos y bien merecería que todos seamos capaces de entenderlo antes  de pagarlo.
 
Porque no deja de ser curioso que algo que afecta a tantos sea lo más misterioso que pagamos todos. Harto de escuchar explicaciones inútiles de los responsables de las empresas y, casi peor aún de los ministros de guardia, personalmente pienso que sería mejor que estuviesen callados, que nos dejen pagar sin rechistar como un mal inevitable -porque contra el recurso a la electricidad no podemos hacer huelga -, pero que no nos mareen, ni nos alarmen ni nos amenacen, como están haciendo estos días, que con un susto al mes nos basta.

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La luz de los sustos

Diego Carcedo

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