Albert Rivera vuelve a soñar con La Moncloa

Detrás de la cortina

Albert Rivera vuelve a soñar con La Moncloa

En su pacto con el PSOE, Ciudadanos ha conseguido que los socialistas acepten un programa que ‘huele’ a gran coalición. Tras el batacazo electoral de Ciudadanos, toda parecía indicar que el fracaso de la presunta operación forjada por los poderes ‘reales’ para convertir a Albert Rivera en el árbitro no nacionalista que decide la identidad del presidente del Gobierno podía convertirse en el principio del fin, para un político que sólo había conseguido cumplir a medias el encargo recibido.

Era cierto que la ‘marea naranja’ había sido fundamental para frenar a Podemos y esa terrible, para según quién, posibilidad de que Pablo Iglesias pudiera acceder a La Moncloa. Pero su ascenso no había sido suficiente para propiciar un nuevo Gobierno, de corte reformista moderado, presidido o bien por Mariano Rajoy o bien por Pedro Sánchez.

Incluso daba la sensación de que al PP podría resultarle aceptable dejar pasar el tiempo y concurrir a unas nuevas elecciones, en las que los votantes de centroderecha perdidos quizá se plantearan volver al redil, visto lo visto. También se especulaba con el interés de Podemos por esa repetición de los comicios. Se decía que, si los ‘podemitas’ mantenían una postura firme en los temas fundamentales para el electorado de izquierdas, el ‘sorpasso’ al PSOE estaba asegurado.

Al final, desde el minuto uno estuvo claro que el verdadero poder socialista, que parece residir en lugares muy alejados ahora de Ferraz, no estaba dispuesto a permitir un pacto de izquierdas. Ni Susana Díaz, la posible portavoz del ‘sanedrín’ que aún dirigiría un Felipe González en plena forma, ni mucho menos la ‘Vieja Guardia’, iban a consentirlo.

Y una vez más fue el propio González, según algunos analistas de salón que dicen conocer muy bien las interioridades del socialismo quién dibujó la hoja de ruta. No habría una ‘gran coalición’ formal. Sí un entendimiento a tres, entre PSOE, PP y Ciudadanos, se entiende, que permitiera un Gobierno reformista, con la participación de dos de ellos y la aquiescencia, expresada con la abstención en la investidura y los pactos puntuales después, del partido grande que se ‘quedara’, en apariencia fuera de la foto.

Ese era el plan, publicado, por cierto, en el diario ’El País, en una bien publicitada tribuna de opinión, en la que estaban contenidas todas las instrucciones necesarias para poner en marcha esa hoja de ruta. Dicho y hecho. A Pedro Sánchez le ha faltado tiempo para obedecer al líder histórico. La primera etapa ya se ha quemado. Gracias al pacto entre PSOE y Ciudadanos existe sobre la mesa un claro esbozo de programa de gobierno que sería más que aceptable para el PP.

Por más que resulte ambiguo, eluda cuestiones importantes y vuelva a dejar claro que, para los socialistas, y no para Podemos como suele decirse una y otra vez desde este partido, los ‘principios’ con intercambiables y los programas electorales simples declaraciones de intenciones que, en ningún momento, pensaron cumplir.

El pacto sube la presión sobre el PP que no tiene demasiados argumentos reales para no sumarse a él, excepto la ‘matraca’ de que son el partido más votado, que ya no cuela, o la posibilidad de que la actual dirección rescate del trastero el ‘espantajo’ del odio hacia el PSOE que tan útil les ha sido en pasadas operaciones como las destinadas a derribar primero a Felipe González y luego a José Luis Rodríguez Zapatero.

Aunque es cierto que esta vez, tras el papelón que ha realizado Pedro Sánchez ante los votantes de izquierda, los populares lo van a tener un poco difícil.
Pero no imposible en cualquier caso, sobre todo porque su prodigiosa capacidad para negar la realidad, simplificar los mensajes y fabricar consignas demagógicas a plena potencia cuando conviene sigue ahí, a pesar de todo.

Pero, sobre todo, el gran beneficiario de este pacto es el resucitado Albert Rivera. Un político que ha sabido hacer de la necesidad virtud y renacer cuando nadie lo esperaba. Si, como resulta el escenario más factible, Pedro Sánchez fracasa en su intento de ser investido presidente del Gobierno, Ciudadanos tendrá las manos libres para hablar con el PP y habrá metido en un lío de proporciones descomunales al actual secretario general del PSOE, en el caso de que los populares acepten punto por punto el acuerdo centrista siempre que sirva para convertir en presidente del Gobierno a uno de los suyos.

¿Podría Sánchez decir luego que no a lo que ahora dice que sí? Evidentemente. Y no parece que tuviera demasiados problemas para volver a cambiar el ‘look’, o la chaqueta si lo prefieren. Pero empezaría a ser demasiado visible su falta de entusiasmo por propiciar un Gobierno de izquierdas. Por mucho que a la actual dirección socialista siempre le quedaría el argumento de que ha sido Podemos quien ha impedido que haya un presidente del PSOE, sobre la base de la también vieja cantinela de la ‘pinza’, que en tiempos habrían protagonizado el PP de José María Aznar y la IU de Julio Anguita y en esta nueva edición tendría como protagonistas a Mariano Rajoy y Pablo Iglesias.

Así que el único asidero realmente disponible que le quedaría al PSOE para oponerse al plan sería la identidad del próximo presidente del Gobierno. Ya saben basar el bloqueo al proyecto en su ‘veto’ a que sea Mariano Rajoy el encargado de dirigirlo. Y ahí, precisamente ahí, es donde vuelven a subir las acciones de un Albert Rivera que, según las lenguas viperinas habituales que como saben no siempre están bien informadas, nunca habría dejado de creer en que, incluso con sólo 40 diputados, al final de este largo partido, será el quien obtenga la presidencia del Gobierno.

Cierto que el político conservador gallego sigue sin estar por la labor y que, como aseguran los conocedores de los verdaderos entresijos de Génova, hay muchos medios que exageran intencionadamente los pocos signos de malestar o disidencia que parecen detectarse en estos días en el PP. En realidad, no existirían. La corrupción estructural es tan profunda y está tan entretejida en los mecanismos de poder del partido que la posibilidad de que un líder alternativo a Rajoy sumará apoyos suficientes para reclamar el mando de la plaza sería inexistente. Sobre todo, si inicia el asalto con la bandera de la regeneración democrática en las manos.

Y entonces, ¿cómo podría aspirar Rivera a ser el pescador más beneficiado en este infernal río revuelto. Es fácil, en el tiempo transcurrido desde el pasado 20 de diciembre hasta hoy, la coyuntura política ha experimentado un cambio fundamental como consecuencia del empeoramiento de la situación política y el rebrote de los casos de corrupción dormidos, (Valencia, la trama Púnica en Madrid, el ‘ático’ de Ignacio González, etc…).

Ya no es tan evidente como antes que, en el caso de que se repitieran las elecciones, Ciudadanos corriera el riesgo de ver reducida su representación parlamentaria. A pesar de lo que dicen algunas encuestas, en las que ya nadie cree, en el partido de Rivera habría, según ciertos conocedores de la situación, un gran optimismo sobre este asunto. Los ‘naranjas’ creen ahora que, si se convocan unas nuevas elecciones, ellos ganarían diputados y peso específico. Por supuesto a costa de un PP que cada vez camina con más decisión hacia el abismo.

Así que, tras el pacto con Sánchez, Rivera ve La Moncloa más cerca que antes. Sabe también que, para ciertos inquilinos actuales de las esferas de poder, esa posibilidad es más que positiva. Por lo que tiene pista libre para intentarlo, una vez que quede claro que ha hecho lo posible por evitar la repetición de los comicios y que sólo el empecinamiento de los dos grandes partidos y los intereses personales de sus líderes impiden, en realidad, la formación del famoso ‘gobierno estable’ que todos dicen querer conseguir.

Y, tal vez, no llegue, o tal vez sí. Pero algo está muy claro. Ya sabemos qué programa va a poner en marcha el próximo presidente del Gobierno sea del partido que sea, en el caso de que Podemos no entre en el Ejecutivo. Y es continuista. No de cambio. Así que atentos a la jugada.

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