«Muchos platos de la llamada nueva cocina que algunos “chef” se empeñan en convertir en laboratorio me quitan el hambre sólo con leer sus nombres». Declaro solemnemente que me gusta comer bien, como a casi todo el mundo, pero muchos platos de la llamada nueva cocina que algunos “chef” se empeñan en convertir en laboratorio me quitan el hambre sólo con leer sus nombres. Estos días se ha celebrado en Madrid el certamen anual de Madrid Fusión y, después de ver a los cocineros estrella metiendo sus manos sin enguantar en los platos, para decorar sus “creaciones” me produce asco. Muchas de las aportaciones de su ingenio que no puedo evitar me parecen auténticas tonterías y, además, caras.
La cocina española es rica y suficientemente variada para que algunos aspirantes a genios aplaudidos por un porcentaje considerable del “pijerío” nacional vengan a prostituirla con experimentos que quizás sean propios de una probeta y no de unos fogones. Por mucho que el gremio de vividores del cuento gastronómico supermoderno se empeñen en epatarnos dudo mucho que puedan llegar a conseguir algo mejor que una buena tortilla española, una excelente fabada sin añadidos de cuentos chinos, un cocido como hacen las abuelas o una paella de pueblo.
Lo malo es que como la propaganda consigue milagro, muchos de estos platos hechos a base de talento ancestral y productos naturales están siendo desplazados de los menús de muchos restaurantes que quieren epatar con ofertas cuyos simples nombres resultan ridículos además de cursis. Cada vez es más difícil – y es un ejemplo sólo — en España encontrar una buena sopa entre las ofertas y eso que en la tradición gastronómica nacional hay variedad de sopas excelentes para elegir.
Ignoro las razones de ese empeño por liar nuestros alimentos hasta los extremos que hemos visto estos días en los reportajes de Madrid Fusión. Hasta el buen vino – que quiero apresurarme a matizar que yo apenas consumo pues soy medio abstemio – quieren servirlo con complicadas formas que a buen seguro lo estropean con lo bien que está y lo mucho que lo disfrutan la mayor parte de los ciudadanos en un vaso normal, en una copa de cristal fino, y hasta en un porrón o una bota clásica de las que antes se llevaban de excursión si me apuran.
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Pérdida del apetito
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