A Rolando se le debe la proliferación de pizzerías a todo lo largo de la isla y, en consecuencia, la predilección de esta opción italiana en varias generaciones de cubanos a tal punto que alguna vez habrá que levantarle un monumento a esa suerte de platillo volador cubierto con queso derretido y salpicaduras de jamón o cebolla.
De algo vivo convencido porque le conocí: Rolando Álvarez, que en paz descanse, nunca imaginó el poder salvador y recurrente de la pizza ante los avatares de la alimentación en el día a día.