Opinión

Muchos, más y mejores

Aquellos que nacimos después del fin de la dictadura y después de la caída del muro de Berlín compartimos el privilegio de haber vivido una de las etapas más tranquilas y prosperas desde prácticamente todos los puntos de vista. Es mucha la literatura que se empeña en explicar una y otra vez que la humanidad se va al carajo y muchos los medios que nos intentan trasladar una sensación de caos generalizado a derecha e izquierda. Para combatir estas ideas están los datos que nos demuestran que vivimos en un mundo objetivamente mejor de lo que pensamos. A riesgo de ser acusado de pertenecer a la literatura volteriana debo decir que estoy lejos de aquellos que piensan que nuestro mundo es el mejor de los posibles, digo que es mejor de lo que era y mejor de lo que pensamos a la vez que reconozco su margen de mejora. Barack Obama lo resumió en un discurso el año 2016: Si tuvieras que elegir a ciegas en qué momento querrías nacer, elegirías el presente.

No he elegido aleatoriamente las dos efemérides que inician el párrafo anterior, las he elegido puesto que estoy convencido que tienen como mínimo tres cosas en común. La primera es que ambas han tenido un claro impacto sobre el progreso y las libertades de las que disfruta mi generación. La segunda es que sus méritos caen en el olvido demasiado a menudo, también por mi generación. Y la última es que mi generación tiene el reto de mejorarlas para reforzarlas si quiere seguir disfrutando de ellas.

La transformación y consolidación del sistema democrático que hemos vivido estos últimos años desde la aprobación de la constitución es en muchos casos envidiable. Aún así fue tal el empeño que se puso en hacer una transición rápida que nos cansamos también rápido y en algunos casos se nos ha quedado a medias. La excesiva politización de la justicia, denunciada incluso por la comisión de Venecia, así como el espectáculo de la renovación de los miembros de tantísimos órganos con mandatos caducados son algunos ejemplos de todo lo que no hemos sabido hacer mejor. A pesar de todas las disfunciones, que necesitan ser detectadas y reparadas con urgencia, la defensa del modelo democrático y de sus instituciones debe formar parte de los mandamientos millenials. El “no, que no, que no nos representan” de la izquierda que ahora gobierna y los discursos de la extrema derecha acusando al presidente Sánchez de okupa son una bomba de relojería para la democracia representativa que no nos deberíamos permitir en una sociedad que se reconoce democrática. Afortunadamente las reglas del juego están claras.

El mayor error generacional que podríamos cometer es pensar que todos los derechos y libertades de los que disfrutamos son intocables y van a estar siempre allí. Si alguna cosa debiéramos haber aprendido de estos últimos años es que todo es estable hasta que deja de serlo. Si no que se lo pregunten a los policías que custodiaban el capitolio de los Estados Unidos la tarde del pasado seis de enero.

El segundo de los elementos es todavía más sensible y cuestionado y tiene que ver con la defensa del modelo capitalista como garantía de libertad y progreso. También el capitalismo, como lo es la democracia, es francamente mejorable y también el capitalismo, como la democracia, es el responsable de muchos de los derechos y libertades de los que disfrutamos. Ningún otro sistema ha conseguido erradicar en tan poco tiempo la desigualdad, ha consolidado sistemas de bienestar y ha alcanzado altas cotas de libertad. Estos tres elementos son reconocidos de forma recurrente por sociólogos, filósofos y científicos como elementos claves para la felicidad de las personas y es difícil encontrarlos en buena forma fuera de los sistemas capitalistas y las democracias liberales.

A favor de los pesimistas detractores de ambos sistemas tengo que recordar que la aplicación que se ha hecho del sistema democrático y capitalista en España es absolutamente mejorable. No culminar la transición y convertir nuestro sistema económico en un sistema de capitalismo de amiguetes es un error que hay que enmendar. A menudo culpamos a la democracia y al capitalismo de lo que nos pasa por españoles que no deja de ser una forma curiosa de entender ambos sistemas, pero el reto es convencer que fuera de esto no hay nada que valga la pena y que merece la pena poner el empeño más en transformar que no en destruir.

** Sergi Miquel es diputado en el Congreso del PDeCAT y secretario general de la Joventut Nacionalista de Catalunya

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Sergi Miquel

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