Morir a plazos en Cuba

Cuba

Morir a plazos en Cuba

Los septuagenarios, esos que de niños vimos bajar los “barbudos” de la Sierra Maestra, que nos tomamos muy a pecho la actual situación que vivimos, más cerca del caos que de momentos críticos o pasajeros, nos estamos muriendo a plazos en un inusual aporte a la medicina forense.

Cementerio La Habana
Cementerio de La Habana
El repentino fallecimiento de un vecino contemporáneo a causa de una hemorragia cerebral, no me ha resultado para nada bien. Como terremoto de carácter personal e intransferible, el cuerpo respondió con un estremecimiento de pies a cabeza a la par de ligeras turbulencias en la masa cerebral. Ir en busca de un vivo y encontrarse un muerto. No es para menos.. Lejos de acudir a las consabidas frases de pésame elaboradas hace siglos para estos casos, tan gastadas y  dudosas en algunas bocas, le confesé en plan analgésico a la recién estrenada viuda que “bueno, la vida deberá continuar su agitado curso”. La mujer pareció asimilarlo. Con resignación manifiesta se limitó a un “hay que continuar la marcha”. Luego, como auto consuelo: “Ley de vida”. Y con el “agitado curso” tomé el camino de vuelta a casa. Los septuagenarios, esos que de niños vimos bajar los “barbudos” de la Sierra Maestra, que nos tomamos muy a pecho la actual situación que vivimos, más cerca del caos que de momentos críticos o pasajeros, nos estamos muriendo a plazos en un inusual aporte a la medicina forense. Tal vez otros  están peor que nosotros, pero como dicta el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente. El día a día es un auténtico martirio en todos los órdenes para una normal existencia. Te acuestas y levantas con una carga tal de problemas, preocupaciones, disgustos, dificultades, sorpresas desagradables que no cesan de marcarte puntos blancos en el cerebro indicativos de pequeñas isquemias. Unas tras otras, esas blancas referencias, casi esféricas que se ven en la pantalla del ordenador del neurólogo, son avisos de que tienes que cambiar tus reales percepciones porque de un momento a otro te puede suceder lo del vecino, irte sin despedida alguna, quedarte parapléjico o medio tonto en el mejor de los casos. Ello, una vez más, es lo que me ha puesto a pensar en asuntos sin importancia cardinal como el aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina o algo más caribeño de por dónde le entra el agua al coco…

El repentino fallecimiento de un vecino contemporáneo a causa de una hemorragia cerebral, no me ha resultado para nada bien. Como terremoto de carácter personal e intransferible, el cuerpo respondió con un estremecimiento de pies a cabeza a la par de ligeras turbulencias en la masa cerebral. Ir en busca de un vivo y encontrarse un muerto. No es para menos.

Lejos de acudir a las consabidas frases de pésame elaboradas hace siglos para estos casos, tan gastadas y  dudosas en algunas bocas, le confesé en plan analgésico a la recién estrenada viuda que “bueno, la vida deberá continuar su agitado curso”.

La mujer pareció asimilarlo. Con resignación manifiesta se limitó a un “hay que continuar la marcha”. Luego, como auto consuelo: “Ley de vida”.

Y con el “agitado curso” tomé el camino de vuelta a casa. Los septuagenarios, esos que de niños vimos bajar los “barbudos” de la Sierra Maestra, que nos tomamos muy a pecho la actual situación que vivimos, más cerca del caos que de momentos críticos o pasajeros, nos estamos muriendo a plazos en un inusual aporte a la medicina forense.

Tal vez otros  están peor que nosotros, pero como dicta el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente. El día a día es un auténtico martirio en todos los órdenes para una normal existencia. Te acuestas y levantas con una carga tal de problemas, preocupaciones, disgustos, dificultades, sorpresas desagradables que no cesan de marcarte puntos blancos en el cerebro indicativos de pequeñas isquemias.

Unas tras otras, esas blancas referencias, casi esféricas que se ven en la pantalla del ordenador del neurólogo, son avisos de que tienes que cambiar tus reales percepciones porque de un momento a otro te puede suceder lo del vecino, irte sin despedida alguna, quedarte parapléjico o medio tonto en el mejor de los casos.

Ello, una vez más, es lo que me ha puesto a pensar en asuntos sin importancia cardinal como el aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina o algo más caribeño de por dónde le entra el agua al coco…

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