La verdad en Cuba vive en la calle

Desde el Malecón

La verdad en Cuba vive en la calle

A veces no hace falta alzar la voz para entender lo que pasa. Basta con mirar alrededor, escuchar el murmullo de la calle y dejar que hable el silencio de los anaqueles vacíos y los rostros cansados.

La Habana
La Habana
Hay verdades que no necesitan discurso. Se mueven en la piel de la ciudad, en los gestos apretados de la gente, en los pasos que esquivan huecos y esperas eternas. Mientras unos discuten teorías, otros simplemente viven la escasez, el desencanto y esa extraña costumbre de adaptarse sin más. Porque a veces lo evidente no se grita: se respira.. El sentido común, ese que algunos señalan como el que menos aplicamos los seres humanos, es el que puede ofrecer la última palabra sobre el estado y situación en que nos encontramos en la isla. Ahí están las controvertidas redes, con libre acceso a cuantos criterios buenos, malos y regulares pueda tener cada cual cuando se pronuncia por el día a día. La diversidad semeja ese muestrario comercial de pinturas para una habitación. Todo depende de quién lo diga y cómo lo cuente. Y luego, encontrar quién lo crea. Y la calle se expresa por sí sola. Basta enfrentarse a ella y permitir con imágenes y no palabras que vamos de mal en peor, con más penurias que buenos y alentadores resultados. Y lo anterior es obra y gracia en buena medida de aquel propósito o recomendación de un secretario de Estado estadounidense en 1960, cuando elaboró los ingredientes necesarios para crear descontentos y dificultades de todo tipo. A esto, para completar la mezcla, los errores y temores internos, básicamente en la conducción económica. Vaya descubrimiento en vísperas del 72 aniversario de la rebeldía nacional, diría el otro en una suerte de adivinanza: la calle lo dice todo y no habla. Unas pocas veces se le presta atención y otras se ignora de principio a fin.

Hay verdades que no necesitan discurso. Se mueven en la piel de la ciudad, en los gestos apretados de la gente, en los pasos que esquivan huecos y esperas eternas. Mientras unos discuten teorías, otros simplemente viven la escasez, el desencanto y esa extraña costumbre de adaptarse sin más. Porque a veces lo evidente no se grita: se respira.

El sentido común, ese que algunos señalan como el que menos aplicamos los seres humanos, es el que puede ofrecer la última palabra sobre el estado y situación en que nos encontramos en la isla.

Ahí están las controvertidas redes, con libre acceso a cuantos criterios buenos, malos y regulares pueda tener cada cual cuando se pronuncia por el día a día. La diversidad semeja ese muestrario comercial de pinturas para una habitación.

La Habana

Todo depende de quién lo diga y cómo lo cuente. Y luego, encontrar quién lo crea. Y la calle se expresa por sí sola. Basta enfrentarse a ella y permitir con imágenes y no palabras que vamos de mal en peor, con más penurias que buenos y alentadores resultados.

Y lo anterior es obra y gracia en buena medida de aquel propósito o recomendación de un secretario de Estado estadounidense en 1960, cuando elaboró los ingredientes necesarios para crear descontentos y dificultades de todo tipo.

A esto, para completar la mezcla, los errores y temores internos, básicamente en la conducción económica. Vaya descubrimiento en vísperas del 72 aniversario de la rebeldía nacional, diría el otro en una suerte de adivinanza: la calle lo dice todo y no habla.

Unas pocas veces se le presta atención y otras se ignora de principio a fin.

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