Vino por pura nostalgia, para remover viejos recuerdos de niñez y juventud y otros motivos que sólo un profesional de su especialidad puede comprender al dedillo. Por un motivo u otro, la tierra siempre llama.
Y con ella, bebiéndonos un café, el inesperado pregón, que más que ello era un discurso comercial, anunciando el hombre que cambiaba la pata de cebollas o de ajo por detergente, aceite, jabones, cigarros y hasta frazadas de limpiar el piso.
Hasta hoy, al menos para quien suscribe, esto de los cebolleros como otros tantos, era el indetenible proceso de aumentar los precios por día, pero la vida nos está demostrando otra arista tan peligrosa como esos ascensos en las facturas.
No se precisa tan siquiera haber estado una semana en pupitre de la facultad de Economía para concluir que el dinero va perdiendo su valor, que vamos directos y sin escala a esos viejos tiempos en que no existía la moneda, en que por otros códigos el valor de un cordero se traducía en determinada cantidad de vino.
Tuvo su efecto inmediato el trueque. Un vecino no fumador bajó con la cuota de la familia. Subió alegre y feliz, con sonrisa de cordal a cordal. Cincuenta cabezas de ajo por un cartón de diez cajetillas de cigarro.
La amiga psiquiatra, que presenció toda la escena, quedó sin palabra alguna, conmocionada, asombrada. El rostro lo decía todo. De su boca emergió un cándido reclamo:
-¿Queda para otro café, por favor?