La realidad detrás de las siglas MENA: “Tenemos una infancia migrante que no está siendo protegida”

Menores migrantes no acompañados

La realidad detrás de las siglas MENA: “Tenemos una infancia migrante que no está siendo protegida”

Piden que se dejen de emplear esas siglas por su estigmatización

Refugiados

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Los bajos de un camión fue lo que permitió a Ismael, un joven marroquí, poder entrar en España, buscando un futuro mejor que el que tenía en su país de origen. “Creer que Europa es la solución, la única alternativa. No hice nada malo, solo algo arriesgado”, recuerda ahora que lleva seis años en el país, después de embarcarse con sólo 16 años. Hasta entonces residía en un pequeño pueblo fronterizo con Ceuta. Hoy tiene 22 años y se dedica a ayudar a otros migrantes como él gracias a su trabajo como mediador. Ismael fue un menor migrante no acompañado, es decir, lo que se conoce comúnmente por las siglas MENA, aunque las entidades que trabajan con estos menores están dejando de emplear el término por las connotaciones negativas que ha ganado en los últimos tiempos.

Al llegar a Algeciras tuvo que hacer frente a la prueba de edad por parte de la Fiscalía, para determinar si era menor de edad o no. El procedimiento consiste en pruebas médicas como radiografías y exploraciones genitales para acreditar la edad de los niños, aunque en muchas ocasiones por culpa de estas pruebas se identifican erróneamente como adultos a adolescentes, impidiendo que puedan acceder a los recursos de tutela del estado. En su caso, Ismael fue reconocido como el menor que era y enviado a un centro de menores no acompañados en Algeciras. “Yo no venía para estar confinado en un centro, las expectativas que tenía se convirtieron en decepción”, relata Ismael sobre sus primeros días, en los que también se dio cuenta de que estaría condicionado por ser menor migrante y pobre.

En su periplo por España, acabó llegando a Madrid, donde llegó siendo menor de edad todavía, después de una fuga del centro de Algeciras para buscar mejores recursos. “Los primeros días los pase en la calle, pero en Madrid es muy complicada y hacía mucho frío, así que decidí ir a una comisaría”, comenta. Allí, le derivaron a un centro, del que no quiere dar el nombre, pero que explica no estaba correcto para el trato con ellos: “La gente que trabaja con el colectivo no está preparada”.

Uno de los momentos más cruciales en la vida de los menores migrantes no acompañados es el día de su dieciocho cumpleaños, cuando dejan de ser tutelados por el estado y tienen que buscar un nuevo lugar para vivir, en algunos casos acabando en la calle por la saturación de los recursos para extutelados. “No estamos preparados para afrontarlo, es un cambio radical”, establece Ismael. Él tuvo suerte y pudo acceder a un piso de autonomía de una asociación del sector. “He sido un privilegiado, porque la mayoría sale a la calle”.

Después de estudiar una formación básica y realizar un curso de mediador social. Ahora está completamente independizado gracias a su trabajo como mediador, el que combina con actividades de voluntariado con chicos como lo fue él. “Tenemos una infancia migrante que no está siendo protegida. Se están tolerando los discursos de odio que perjudican directamente al colectivo. Esto ha hecho que desde 2019 hayan aumentado las agresiones racistas y xenófobas, es un peligro”, denuncia Ismael

La complicación para acceder a una formación 

Abass Fafana es otro ex menor migrante no acompañado. En su caso, recurrió a la vía marítima para poder llegar a España. Procedente de Senegal, tiene 20 años y lleva casi tres en el país luchando para poder estudiar y trabajar. “La situación en mi casa era complicada y tenía que ayudar a mi madre”, comenta.

Su primer lugar de residencia fue un centro de menores de un pueblo de Granada, donde pudo comenzar a estudiar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). “No podía avanzar, una persona que va al instituto tiene que tener tiempo libre para poder estudiar, pero en el centro no tenía libertad. Se cerraban las puertas a las 6 de la mañana y las abrían a las 8 de la tarde”, destaca Fafana, lo que le impedía poder concentrarse para sacar el curso adelante. Por ello decidió pedir un traslado a Madrid para buscar una mejor opción.

De esta forma llega al centro de primera acogida de Hortaleza. Allí esperaba poder continuar con sus estudios y buscar un trabajo. “Me dijeron que no podía seguir con la ESO, que en el centro había un curso de español. Al final estuve dentro diez meses perdiendo el tiempo”, matiza.

Al cumplir los dieciocho, encontró una asociación que le permitió vivir en uno de sus pisos de extutelados, donde al fin pudo continuar con sus estudios, realizando un curso de pastelería y otro de jardinería, pero sigue sin encontrar un puesto de trabajo, una de sus grandes preocupaciones: “Sigo estudiando y luchando, estoy sufriendo mucho para poder encontrar un contrato, me preocupa la situación en mi país, yo soy el único que puede ayudar”. “Tienen que dar oportunidades a los inmigrantes”, destaca.

La situación de los menores no acompañados empeorada por los discursos de odio

Desde Accem, una ONG que dispone de recursos como pisos tanto para menores no acompañados como ex tutelados, denuncian que está habiendo una gran criminalización de este colectivo por parte de partidos políticos como Vox. Teres de Gasperis, responsable del proyecto de infancia de Accem, ve con gran preocupación todo este tema: “No podemos olvidar que estamos hablando de niños y niñas”.

“Los discursos de odio están aumentando en los últimos dos años. Además vemos noticias en los medios de comunicación que no se corresponden a la realidad, pero que una vez difundidas ya no hay vuelta atrás”, denuncia Teresa de Gasperis. Para ella, el término MENA debería dejar de ser usado para hablar de estos menores. “Se están usando estas siglas de manera discriminatoria, han adquirido un significado estigmatizado. Nosotros llevamos unos años sin usarla, hablamos de niños migrantes no acompañados”, explica la responsable de infancia.

Todo este discurso hacia los menores empeora su salud mental, muchas veces comprometida ya por lo que han vivido en sus países de origen. “Nos llegan a España niños huyendo de conflictos, perseguidos en sus países por ser homosexuales o también huyendo de matrimonios forzados, en el caso de las niñas”, comenta de Gasperis. Según ella, es importante tener una especial atención hacia estos menores porque están en una etapa muy importante de su vida, que llegan al país buscando un lugar de acogida y se encuentran con que se les tacha de delincuentes. “Es muy preocupante como hacen sentir a esos menores esos comentarios”, añade. En cuanto a los que dicen que los menores extranjeros no acompañados reciben un trato de favor, la experta en infancia de Accem recuerda que el régimen de protección de España es igual para todos los niños en desamparo, sean españoles o inmigrantes.

Los recursos de las asociaciones más allá de los pisos para extutelados

Los menores no acompañados reciben de ONGs como Accem un lugar para vivir, gracias a los pisos que tienen, pero no es esto a lo que se limitan las organizaciones del sector. Patricia Jiménez es una de estas personas que dedican su trabajo a ofrecer una atención completa a los jóvenes. Ella es técnica de la Asociación Marroquí para la Integración de los Inmigrantes y está en contacto con los niños y extutelados que llegan a sus recursos. “Trabajo en atención directa con ellos. Hacemos cursos de formación, talleres de habilidades sociales y actividades de ocio”, comenta. Además de ello les ayuda a conseguir su documentación en regla, una de las grandes preocupaciones de estos chicos.

“En el día a día, además de las cosas que ellos nos piden, intentamos cubrir sus necesidades psicológicas. Yo cuando vienen les pregunto siempre como están”, explica Jiménez. El acercamiento a los menores siempre es complicado, las primeras veces que acceden a la asociación dicen que están perfectamente a las preguntas de la técnica. “Tienen una coraza, son niños muy tímidos, vienen de sus países con una mochila cargada de problemas. Pero poco a poco se van abriendo, vas rascando la superficie y comienzan a confiar en ti”, establece.

Para Patricia Jiménez estos menores sufren grandes problemas psicológicos debido a la gran presión que sienten en su vida. “Necesitan atención psicológica pero no cualquiera, tienen ser adaptada a sus necesidades, porque tienen unas necesidades muy concretas”, matiza.

“Además no tienen las necesidades básicas cubiertas muchos de ellos. Estamos hablando de aseo, comida y dormir, necesidades que nosotros no llegamos ni a plantearnos”, denuncia. Con estas declaraciones, la técnica de la asociación marroquí hace referencia a la vida de los que acaban en situación de calle. Ellos dependen de comedores sociales para poder comer y de las asociaciones como la suya para poder recibir una ducha dos veces en semana. “Yo le he llegado a comprar una colonia a un chico porque tenía una entrevista de trabajo y ese día no le tocaba ducharse”, recuerda. Y añade que son necesarios más recursos por parte del estado: “Las asociaciones somos un parche a sus necesidades”.

 

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