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La mentira que no cesa

Si yo no estoy de resaca navideña, algo poco probable si se tiene en cuenta que no bebo alcohol ni consumo drogas, creo recordar que las elecciones autonómicas catalanas las ha ganado Ciudadanos sin mayoría absoluta, que la Ley d´Hont que se aplica en España para el reparto de escaños los ha distribuido entre siete partidos políticos que ahora tendrán que buscar acuerdos programáticos para formar Gobierno, y que la legitimidad de los comicios ha sido ratificada con todos los honores con un récord de participación.

Pero por más que reviso mis notas, no entiendo que dos partidos -o si se quiere tres – , uno de los cuales ni siquiera llega a contar con diputados para formar grupo parlamentario, se empeñan en asegurar que son ellos los que han ganado y los que llevan la voz cantante ante la pasividad general sobre su triunfo, sobre sus derechos para formar Govern sin encomendarse a nada ni nadie y sobre su convicción de que a ellos les corresponde nombrar President de la Generalitat y el Parlament y de la Mesa.

Lo sorprendente si es que yo no estoy equivocado es que nadie, mayormente desde los medios de comunicación, les pare los pies a sus líderes mientras se ocultan a la greña, y pongan negro sobre blanco datos y detalles que les coloque en su sitio. Bien es verdad que la cabeza de lista ganadora, Inés Arrimadas, se ha apresurado a rechazar ser la primera, como procede, que reciba y acepte el encargo de formar una mayoría a su alrededor. Pero aun así, la soberbia de sus adversarios resulta intolerante.

El independentismo catalán ha incurrido estos años en muchos errores, abusos y arbitrariedades. Para empezar, se mantiene en el error insultante de que sólo ellos – que ni siquiera son mayoría – son catalanes, ungidos por la gracia de Dios para salvar a su tierra de la presencia de quienes no piensen lo mismo que ellos. Pero no es menos indignante el uso permanente que han hecho al recurso de las mentiras. Con mentiras tejieron un procés que ha sido un desastre y con mentiras pretenden reanimarlo y mantenerlo como un reto inadmisible al Estado de derecho.

Mientras tanto, el catalán que no es independentista tiene que soportar la afrenta cotidiana del desprecio de los energúmenos secesionistas, la agresión intelectual, cívica y física, y limitarse a contemplar como su entorno vital se degrada, como se reduce el empleo, se enfría la economía, aumenta la desconfianza, se empaña la convivencia y se frena el progreso. Cataluña ha entrado en una etapa oscura donde las mafias del fanatismo están destrozando cuanto encuentran al paso.

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La mentira que no cesa

Diego Carcedo

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