Joven ante un muro
El encarecimiento de los servicios básicos y la inestabilidad económica están marcando con fuerza la vida de los más jóvenes.
La preocupación por el coste de vida y la dificultad para lograr la independencia residencial contribuyen a un notable incremento de problemas de salud mental entre quienes aún no han cumplido los 30 años.
En contraste, los mayores de 65 años suelen afrontar con más planificación y menos incertidumbre los retos financieros del momento.
Las diferencias generacionales se evidencian de forma contundente. Mientras un 34,5% de jóvenes menores de 30 años reconoce que su situación financiera está mermando su bienestar emocional, tan solo un 19% de los mayores de 65 años percibe afectaciones similares en su día a día. Esta brecha pone de manifiesto cómo los retos y prioridades cambian radicalmente según la etapa vital y la experiencia acumulada.
“La inseguridad financiera golpea especialmente a los menores de 30 años, quienes acusan altos niveles de estrés y ansiedad”
Por otro lado, la capacidad de hacer frente a imprevistos también difiere de forma marcada. Un 44% de los mayores de 65 años asegura haber planificado sus ahorros de manera que pueden enfrentarse con calma a situaciones inesperadas, mientras que entre los más jóvenes únicamente el 7% se siente económicamente seguro.
Uno de los efectos más visibles de esta situación es el deterioro de la salud mental entre quienes se encuentran iniciando su vida laboral o construyendo su independencia. El hecho de no contar con ahorros sólidos, sumado a la precariedad de algunos empleos y la volatilidad económica, genera altos niveles de ansiedad e incertidumbre.
“La salud mental emerge como un factor determinante a la hora de evaluar la calidad de vida de los jóvenes”
La presión social por alcanzar metas como la adquisición de una vivienda o la estabilidad laboral contribuye a incrementar la percepción de estrés. Este panorama refleja la necesidad de políticas y medidas de apoyo que promuevan un equilibrio entre los costos de vida y la capacidad real de los jóvenes para cubrirlos.
Para un 36% de los jóvenes, el principal motivo de inquietud es no poder comprar o alquilar una casa. El acceso a la vivienda se percibe como el mayor obstáculo para la independencia, dado que los precios del mercado inmobiliario superan con creces la capacidad de ahorro de muchos menores de 30 años.
En contraste, solo un 13,5% de los mayores de 65 años menciona la vivienda como preocupación prioritaria. Esta diferencia subraya la disparidad de retos que enfrenta cada generación, evidenciando la urgencia de soluciones específicas que garanticen la posibilidad de un proyecto de vida estable.
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