¿Por qué aumenta el voto de protesta si las cifras económicas parecen cada vez mejores?

Elecciones en EEUU

¿Por qué aumenta el voto de protesta si las cifras económicas parecen cada vez mejores?

Urnas electorales

El auge de Donald Trump en EEUU ha caracterizado un año electoral como síntoma del malestar de grandes capas de la población Con independencia del resultado final de las elecciones presidenciales en EE.UU. dentro ya de poco más de dos semanas, no cabe duda de que ha sido el inesperado auge de Donald Trump lo que ha marcado el último ciclo electoral. Un ejemplo más del auge de políticas, que, al menos en apariencia, se oponen al sistema o a lo defendido por las elites, que en Europa se ha manifestado también, por ejemplo, a través del voto del ‘Brexit’.
 
Esta tendencia ha sido atribuida por gran parte de los expertos y analistas a la profunda insatisfacción de los votantes con la economía debido a factores como el aumento de la desigualdad o al estancamiento de los ingresos reales. Sin embargo, si nos fijamos en los datos económicos, llama atención que el fenómeno Trump se haya producido precisamente mientras el mercado laboral no ha dejado de crecer en paralelo a una baja inflación y con unos precios de la gasolina históricamente bajos.
 
Además, en comparación con el desempeño económico del resto de países afectados por la crisis financiera, incluso mirando más allá del momento actual y tomando como referencia toda la Historia, EE.UU. ha destacado por hacerlo especialmente bien: «Desde esa perspectiva, probablemente hemos gestionado la situación mejor que cualquier otra economía de la Tierra en la Historia moderna» ha señalado recientemente el presidente Barack Obama.
 
Una afirmación que encuentra su respaldo en que el sector privado de la economía estadounidenses ha venido incrementado el número de empleos durante 73 meses consecutivos, lo que se ha traducido en 14,4 millones de puestos de trabajo adicionales y constituye el periodo más largo de crecimiento sostenido en dicho apartado desde que existen registros. Así, un Obama que tuvo que hacer frente durante su primer año de mandato a un pico de desempleo del 10%, inédito desde 1983, abandonará el Despacho Oval dejándolo por debajo del 5%.
 
En la misma dirección apuntan un déficit presupuestario que se ha situado por debajo del 3% después de disminuir en torno a 1 billón de dólares; el índice Dow Jones que ha pasado desde los 9.000 puntos de 2.009 a superar los 17.000; y, en definitiva, el crecimiento del conjunto de la economía, significativamente mayor que el de la mayoría de países desarrollados. Y, sin embargo, esa no es la percepción de gran parte de los estadounidenses.
 
Como ha señalado el expresidente de la Reserva Federal estadounidense (Fed), Ben Bernanke, en un reciente artículo «sí la economía está creciendo, pero la mayor parte de la gente no siente que sus vidas estén mejorando».  Una afirmación que viene respaldada por el hecho de que, según demuestran las encuestas, la percepción sobre el conjunto de la economía ha mejorado, pero no sucede así cuando responden a si están «satisfechos con la forma en que marchan las cosas».
 
Esta dicotomía ha sido reconocida también por el propio Obama al señalar que «cuando hay un partido político -en referencia a los Republicanos- que niega cualquier progreso y dirige constantemente ese tipo de mensajes a su base de que todo está terriblemente mal, una base de digamos un 40% de la población, entonces esa gente empezará a creerlo». Además, el presidente estadounidense también ha indicado que existe una base empírica para esa insatisfacción.
 
Una base que se traduce en datos como que, por ejemplo, el sueldo medio de una familia es aún 4.000 dólares más bajo que cuando Bill Clinton terminó su periodo presidencial en enero de 2001. O en que una parte de la población no ha podido disfrutar de los beneficios de la recuperación económica y ha quedado aislada del mercado laboral.
 
En realidad, ha sido una vez más, es el famoso ‘1%’ el que ha acaparado la mayor parte de las ganancias del crecimiento económico; de hecho, más de la mitad de éstas se han concentrado en ese segmento más rico.  Una situación que se ve agravada en términos de percepción porque con anterioridad a la crisis financiera, el incremento de la desigualdad y el estancamiento salarial se veía disfrazada por el crédito fácil.
 
Pero, como también coincide en señalar un estudio de McKinsey, la tendencia es clara en las economías más desarrolladas: hasta un 65% o 70% de los hogares familiares han visto disminuir su poder real de compra. Un fenómeno que requiere hacer también mención de la globalización. 
 
Y, en paralelo a ella, a la liberalización comercial tal y cómo se ha ido desarrollando, con un especial énfasis en la movilidad del capital y sin mecanismos correctores de los desequilibrios que se pudines ir generando. Por ello, como señala el profesor de economía, Jim Stanford, reconocer también los efectos negativos de la globalización sería un primer paso para hacer frente a figuras como Donald Trump, Nigel Farage o Marine Le Pen.
 
A continuación, deberían desarrollarse políticas en apoyo de los segmentos de la sociedad más dañados por la liberalización comercial, así como herramientas para corregir con carácter sistémico sus efectos negativos. Sin embargo, la respuesta de las elites ha sido doblar la apuesta señalando que avanzamos en dirección al mejor de los mundos posibles, como cuando la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, animo a los líderes políticos a «identificar mejor los beneficios del comercio para responder al desafío populista». 
 
Unas afirmaciones que, como ha señalado Stanford, resulta ingenuo pensar que podrán funcionar en ciudades que efectivamente han perdido sus empleos sin encontrar alternativas y de cuya población es, en gran parte, de la que se nutren a figuras como Trump o Farage. «Ir a esas comunidades devastadas y decirles que no están realmente desempleadas o que, en realidad, están mejor de lo que se imaginan, difícilmente cambiará su percepción», señala este economista, quien también apunta a la teoría económica más convencional como causante de este fenómeno.  
 
El motivo es que los análisis deficientes de ésta estarían igualmente desconectadas de la realidad al asumir, por ejemplo, que todos los recursos, incluidos los trabajadores, serán empleados productivamente; que los flujos de comercio serán equilibrados y de beneficio mutuo; o que las ganancias de eficiencia que se obtengan a través de la liberalización del comercio serán compartidas a través de la sociedad. Por el contrario, en el mundo real, se producen desequilibrios comerciales sostenidos, que no son temporales ni de transición, con países como China o Alemania que mantienen superávits en paralelo a los déficit crónicos de países como EE.UU, Reino Unido o España.
 
El propio Bill Clinton reconoció en un acto de campaña en marzo de este mismo año que «millones y millones y millones y millones de personas miran a la bonita imagen de EE.UU. que se pinta a través de las cifras económicas y no se consiguen encontrar en ella para así salvar sus vidas». Es más, antes al contrario, el excesivo optimismo que se pretendería inducir a través de esas cifras, en contraste con su realidad, es el que haría surgir la ansiedad, desorientación y, en último término, la ira de la que se ha nutrido Trump.
 
Asimismo, según otros análisis, la mayor polarización social y política también estarían jugando un rol a la hora de alimentar esta situación ya que, al igual que está sucediendo en otros países, los estadounidenses formarían parte de comunidades reales y virtuales cada vez más homogéneas y que progresivamente interactúan menos con otros grupos demográficos e ideológicos. Un ejemplo de esta polarización se manifestaría, por ejemplo, en que cada vez haya una mayor diferencia en el índice de aprobación del presidente en función de si este es del mismo partido, o no, de quien responde a esa pregunta.

Más información