Violencia en Atenas

Violencia en Atenas

Bandera de Grecia

Recorremos la capital de Grecia para comprobar si se han «desatado olas de atracos y violencia inusitada» como dice Pablo Casado. Son las nueve de la mañana en Exarhia, el barrio “anarquista” de Atenas. Entrecomillo el adjetivo porque como en casi cualquier ciudad, la gentrificación acaba con lo díscolo, y este barrio, lleno ahora de bares sofisticados, no es excepción.

El sol brilla en una ciudad donde, al parecer, en sus calles “se han desatado olas de atracos y violencia inusitada”. Lo dice Pablo Casado, vicesecretario de comunicación del PP. Pese a no haber recibido el hedor de que en Atenas el caos se instalaba, como dice Casado, conviene buscar atracos y violencia por sus calles para contrastar la información.

Un día en Atenas

He quedado con Olga dentro de dos horas en su oficina, que está al otro lado de la ciudad. Es una griega de 30 años responsable de una empresa tecnológica que aglutina colectivos multidisciplinares, desde desarrolladores de software, a diseñadores gráficos. Estos días apenas hay trabajo, me dice por teléfono, ya que con el “corralito” y el control de capitales, los griegos no pueden hacer transferencias al extranjero. Ese obstáculo financiero no solo imposibilita negocios, como el de Olga, sino también el ocio. Desde compras (banales o no) a suscripciones a internet (Spotify, iTunes…).

Camino a su trabajo indago lo dicho por Casado. Encuentro un cajero, con cuatro personas esperando, y una farmacia, donde pregunto si han sido atracados (o amenazados) alguna vez. La pregunta le sorprende, e incluso, creo, le ofende. Makis, el propietario, en un perfecto italiano me responde que eso “es cosa de los medios”.

El medicamento más vendido desde que llegó la crisis es un tranquilizante

En Atenas, según el dueño de la farmacia, el medicamento más vendido desde que llegó la crisis es un tranquilizante. Aun así, afirma que eso no es lo más duro, ya que cada día regala medicamentos a alguno de sus clientes, que de la noche a la mañana, asegura, se han quedado sin blanca. En la puerta del negocio, como en todas las farmacias atenienses, uno puede pesarse y medir su tensión gratis.

Durante el camino, las tiendas parecen organizarse por temáticas. Primero las de segunda mano y antigüedades, después las de deportes, y posteriormente las de relojes. Entre ellas, gente sentada en sillas, ya sean de bares o propias, así como varios establecimientos cerrados (o abandonados) sin fecha cercana de apertura. Todavía ningún atraco.

En la calle Charilou Trikoupi un cajero tiene poca cola, y otro, ninguna. El ir y venir de los motoristas sin casco, un clásico en Atenas, se entremezcla con la suciedad de las lunas de los escaparates, algunas de ellas rotas. El tono gris que han adquirido muchos de esos cristales, y la particular arquitectura setentera con los “cacharros” de aire acondicionado (no se merecen otro nombre) en las fachadas, configuran un entorno superficialmente hostil, parecido al que define Casado, pero que en el fondo es todo menos violento. Al menos su población.

En ella es tan recurrente como real la excusa del dinero. Sin embargo, la (pre)disposición y la cultura que tienen les lleva a intentar mantener el ritmo de vida que poseían hace años, cuando aún no había reuniones de ministros de economía. Y si las había, no importaban. Para ello, entre otras cosas, en vez de tomar tres cervezas (3-4 €) durante una hora, me dicen, toman una durante horas. Quien dice cerveza dice freddo capuccino (2,5-4€), un deleitante café frío que abarrota las terrazas de Atenas.

Falsas apariencias

Si uno llega al centro de la ciudad, o a otra parte no muy lejana, y saca una foto a esas terrazas casi siempre llenas, la construcción de la realidad sería completamente diferente a la asumida. Los “atracos” y la “violencia” tendrían tan poca credibilidad que ni siquiera a un lunático se le ocurriría mencionarlos. Sin embargo, ni tanto, ni tan poco. O todo o nada.

La desigualdad en Atenas es notoria. En Psyri, barrio con muchos negocios regentados por inmigrantes, la decadencia abraza a los edificios que parecen luchar por mantenerse.

Mientras, en Kolonaki, el barrio rico de Atenas, donde el “SI” venció al “NO” en el referéndum, la renta per cápita se nota. Al contrario que en los demás barrios, apenas se ven cartones utilizados como colchones. Es quizá el lugar adecuado para atracar a alguien. Panayotis, sacerdote ortodoxo de la Iglesia de San Dionisio Areopagita, responde la pregunta “No. Violencia es echar a alguien de su casa, como en España”. Me ha pillado antes de confesarle mi procedencia.

Lo más ‘antisistema’ que encontramos es el Metro

Al sacerdote no le gusta Mariano Rajoy. Es más de Pablo Iglesias, dice, al que desea como futuro Presidente de España. El marketing de Podemos, sin duda, ha sido eficiente. Los griegos conocen, y muy bien, un partido que hasta hace un mes solo tenía 5 escaños en el Parlamento europeo.

Pasan las calles con calma mediterránea. Los atenienses, generalizando, además de tener una dignidad y amabilidad superlativa, son verdaderos políglotas. El conocimiento del inglés, pronunciado como un español, no es solo cuestión de jóvenes, sino de adultos, y verdaderos adultos, ya entrados en la vejez.

La oficina de Olga está cerca, y aún no hay rastro de atracos y “violencia inusitada”. Si acaso, lo más apocalíptico (o antisistema) que podría parecer es el Metro, donde los tornos permanecen abiertos de par en par y apenas hay vigilancia policial.

Durante la pasada semana y ésta los transportes son gratis en Atenas, una ciudad que no sufre la violencia que describe Pablo Casado, pero sí la extrema y mal aplicada austeridad. Esa es quizá la violencia de la que hablaba Casado, o la que ha olvidado. Fin de trayecto.

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