El gobierno de Canadá acaba de incursionar oficialmente en las llamadas “noticias del corazón” al asegurar que su primer ministro Justin Trudeau no es hijo del fallecido líder Fidel Castro.
Menudo trabajo de inteligencia o negociación dar con el ADN del extinto para compararlo con el del supuesto vástago y poner punto final al añejo rumor, reavivado a raíz del suicidio de quien, sin la menor duda posible, sí fue su primer descendiente, Fidel Castro Díaz-Balart, quien según han dicho algunas lenguas, en su testamento mencionó alguna vez al hermanastro canadiense.
Rumores, bretes, chismes y catorce insinuaciones más, le han cargado en vida a Fidel la paternidad de numerosa prole y otro tanto más después de muerto. En el caso de Justin mostraron fotos en su tiempo donde pujaban hasta por el parecido físico.
Los canadienses, además, han sacado cuentas de las visitas de los padres del supuesto hijo a Cuba, Pierre Trudeau y su esposa Margaret, y resulta imposible tal acto de fertilidad.
Acontecimientos de esta naturaleza deben ser bien detenidos en su momento porque de no hacerlo, pasan al mito o leyenda de los hombres que hicieron historia no solo en política, sino en amores a diestra y siniestra.
