“Tu abuelo fue muy bueno conmigo, nunca me puso la mano encima”. Esto, que me dijo mi abuela cuando yo era aún una niña, supuso mi primera toma de conciencia como mujer de que algo no iba bien. ¿Qué era aquello de tener que agradecer lo que debería ser la normalidad, la regla?
Soy feminista desde entonces.
También desde que mi madre, económicamente dependiente de mi padre, me aconsejara que no repitiera su ejemplo.
El feminismo no es una etiqueta. Es el principio de igualdad entre hombres y mujeres. Y si tú apoyas la igualdad, siento decírtelo, pero eres feminista.
Mucha gente cree ahora que por el hecho de que nuestras abuelas lograran el voto o de que nuestras madres consiguieran abrir una cuenta bancaria sin el permiso de sus maridos está todo hecho. “Las mujeres pueden ir a la Universidad, pueden trabajar, ¿qué más queréis?”, claman.
Las reivindicaciones actuales, dicen, son exageradas, una locura, un delirio. “Ya no sois feministas de las de verdad, sois feminazis”, se atreven a exclamar alegremente, comparando el derecho al aborto de las mujeres con el Holocausto perpetrado por los nazis. Feminazi por señalar la brecha salarial; por decir que es injusto que pasemos miedo cuando vamos solas por la calle de noche; por escandalizarse ante la diferencia de trato que da Hollywood a los actores y actrices a partir de cierta edad; por denunciar que no todos los hombres son ‘buenos como mi abuelo’ y que muchos apalean, vejan, magullan, escupen y matan a las mujeres que tienen a su lado. Feminazi por decir “portavoza” en lugar de “portavoz”; por lamentarnos de tener que seguir cargando con casi toda la responsabilidad del hogar, de los niños, de la familia; por quejarnos de que llegado un momento de nuestra vida solo nosotras estamos obligadas a elegir: trabajo o hijos. ¿Y si queremos las dos cosas?
¿Pero cómo no ser feminista?
Por eso hoy debemos estar contentos. Porque no ha sido una huelga, ha sido mucho más. Ha sido un golpe en la mesa, de efecto. Las mujeres hemos dicho “hasta aquí” porque se lo debemos a nuestras madres, hermanas, abuelas… Pero sobre todo a nuestras hijas y a nuestros hijos. Gracias compañeras impulsoras e inspiradoras de esta nueva ola.
Esto ya no hay quien lo pare y quien no quiera entenderlo tiene un serio problema.
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Esto ya no hay quien lo pare
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