Reflektor

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Reflektor, disco de Arcade Fire

Arcade Fire A estas alturas, Arcade Fire, el grupo canadiense liderado por Win Butler y Régine Chassagne, es sin duda la principal referencia de la música pop vanguardista que se hace ahora mismo. Una marca tan consolidada que, incluso, empieza a recibir algún que otro palo de la crítica ‘semiespecializada’ a cuenta de Reflektor, su cuarto disco, lanzado hace sólo unos días.

Harán falta, por lo menos tres décadas, para saber si la música que produce esta banda, un sonido etiquetado comúnmente como ‘pop barroco’, tiene la trascendencia que ahora se le supone. Y puede que no la tenga. Pero, en su descargo, habría que decir que, a diferencia de otros grupos míticos como ‘The Beatles’, por ejemplo, su campo de juego real es, mucho más restringido que aquel del que disfrutaron sus más reconocidos ancestros.

Aquellos visionarios de los sesenta, o de los treinta, o de los ochenta, también partían del concepto de la mezcla. Sólo que la coctelera no se limitaba al aspecto puramente formal o instrumental de la ecuación. El resultado del crisol de influencias surgía del interior mismo de los músicos, de lo que habían escuchado y de lo que eran capaces de producir.

No eran tiempos de corta y pega y especialización como estos. Y, además, los intereses industriales, en general, desde la emergente televisión, a la propia industria publicitaria, incentivaban la creación de ‘algo nuevo’. Todo lo contrario de lo que ocurre ahora, cuando el tejido empresarial prefiere vivir de lo ya creado, evocar pasados tiempos mejores, viejos sonidos, ropas pasadas, que con un par de cambios pueden pasar por nuevos.

En ese ambiente que da por hecho aquello de que todo ya está inventado, Arcade Fire, lo tiene complicado para crear música verdadera. Algo más profundo que la estrategia de marketing que se utilizará para lanzar cada disco. En este caso, esa segunda parte está excepcionalmente bien desarrollada, con sus correspondientes remezclas previas, sus rumores, su lanzamiento simultáneo en todo el mundo a través de ‘twitter’, sus fiestas caribeñas y todo lo demás.

Pero, ¿cómo es la música de Reflektor? ¿Le sucede como a tantos otros sonidos recientes que parecen ‘sonar mejor sobre el papel de lo que suenan luego’? ¿Tienen los textos de estas canciones esa profundidad que se les supone a unas piezas que cuentan entren sus influencias reconocidas con el mismísimo Kierkegaard? ¿Es tan bailable como sugiere la presencia en el equipo de producción del exlíder de LCD Soundsystem, James Murphy? ¿Aporta algo al conjunto la presencia de David Bowie ese maestro que es a la vez fan de la banda?

Demasiadas preguntas que responder. En realidad, ‘Reflektor’ es un disco agradable que suena un poco distinto a las tres anteriores referencias del grupo (‘Funeral’, ‘Neon Bible’ y ‘The Suburbs’), que tan celebradas fueron, y en el que se escuchan ecos de grupos como ‘Hall and Oates’ o ‘Los Bravos’ (‘Black is black sonó mucho en Canadá) y también de Michael Jackson, el glam rock de los setenta, Bowie, claro y hasta Talking Heads, incluso. Está también ese marchamo estilístico, definido por los excesos sónicos, que se le supone a ‘Arcade Fire’ y alguna ‘boutade’ experimental que, en realidad, no aporta gran cosa a la mezcla.

También se deja oír y hay unas cuantas canciones memorables e interesantes en este grupo de trece repartido en dos ‘cedés’. Lo que no puede decirse, sin embargo, de todas ellas. Se va a vender, desde luego, y se va a escuchar, y mucho, en las miméticas bandas sonoras de los próximos anuncios publicitarios.

Hay grandes canciones, ya lo he dicho, como ‘The Awful’, ‘Here comes the night time’ o ‘We exist’, que anuncian un posible camino de futuro para la banda. También temillas intranscendentes, pero más refrescantes de lo que se ha dicho, como el propio ‘Reflektor’ , ‘You already Know’, ‘It´s never over’ y ‘Afterlife’ y otros como ‘Joan of Arc’ que mantienen el tipo, aunque sea por los pelos.

Quizá no sea el mejor disco del año, o quizá sí, lo que tampoco sería decir mucho, ante el callejón sin salida al que parecen conducir últimamente el exceso de repercusión en la creación musical de las ‘industrias amigas’, como las de la moda, la publicidad, el diseño y hasta la telefonía, que intentan, y casi consiguen, apropiarse de un negocio claramente a la baja, pero que todavía brilla. Pero, el disco no es tan malo como dicen algunos. Ni mucho menos. Yo, hasta lo recomendaría. Sin demasiado entusiasmo, eso sí.

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