‘How Big, How Blue, How Beatiful’, un disco de Florence And The Machine

El tocadiscos

‘How Big, How Blue, How Beatiful’, un disco de Florence And The Machine

How Big, How Blue, How Beatiful

La artista británica vuelve a demostrar su superlativo instinto melódico en su nuevo álbum. Si hace unos cuántos años The Rolling Stones, entre otros pioneros, aprovecharon su inmensa leyenda, y la suerte de seguir vivos, para inventar eso que se llamó el rock de estadio, y que luego practicaron con éxito otras bandas como U2, Coldplay o The Muse, en los últimos tiempos y debido a la atomización del negocio, un florido plantel de bandas de éxito se dedican a sobrevivir gracias a un estilo al que podríamos denominar, música para festivales modernos.

Ni el nombre ni la descripción del fenómeno me pertenecen en realidad. Se lo he tomado prestado a un par de escritores del Pitchfork y el New Musical Express. Ya saben, las biblias de la modernidad. Porque me resulta un acercamiento muy acertado a lo que está pasando ahora mismo en el proceloso mundo de la música pop y, además, me viene al pelo para describir ‘How Big, How Blue, How Beautiful’, el nuevo disco de esa apabullante máquina de epatar denominada Florence and The Machine.

Para entendernos, se trata de un sonido contundente y épico, con estribillos para corear, golpetazos de batería aquí y allá, y unos cuantos solos de guitarra veloces. También alguna balada, sin pasarse, y un par de momentos emotivos para que el personal agite los brazos en comunión y armonía.

Todo muy apropiado, en definitiva: una mezcla convincente para ser servida en eventos masivos, pero que debe ir forzosamente al grano, porque sólo los cabezas de cartel disponen de algo más de una hora para conseguir el favor del público. Y, que quieren que les diga, esa necesidad perentoria de buscar la medula de las canciones, al final puede resultar beneficiosa.

Y a eso, o a algo parecido, parecen dedicarse ahora Florence Welch y su difusa banda, que es, sobre todo ella, habitualmente acompañada por Isabella Summers, una socia constante pero discreta, y algunos músicos más, entre los que destacan en esta ocasión el guitarrista Robert Ackroyd, el batería Christopher Lloyd Hayden y los bajistas y multiinstrumentistas Tom Monger y Mark Saunders.

Buena parte del mérito de lo finalmente conseguido corresponde a Markus Dravs, el productor de este invento. Famoso, sobre todo, por haber trabajado con Björk. Aunque también hay espacio, en una canción para Paul Epwoth, el antiguo colaborador de Florence, que coproduce ‘Mother’, uno de los números fuertes del álbum, Y, muy especialmente, para que Will Gregory, el mago de Goldfrapp, realice unos impresionantes arreglos orquestales que resultan la guinda perfecta para este pastel multisabor.

Los que saben de esto, aseguran que en el último giro estilístico de Florence ha influido también su inesperado éxito en EEUU. Por lo visto, la chica ha metido la cabeza en aquel mercado y quiere consolidar posiciones con este álbum. Por eso, su sonido se habría vuelto más americano que antes y hasta presenta alguna que otra similitud con los trabajos multivendedores que realizaron Fleetwood Mac a finales de la década de los setenta.

Quizá sea así, pero yo no opino exactamente eso. Para mí que a la cantante británica le viene como anillo al dedo el vestido de lentejuelas. Florence siempre ha sido así. Un poquito excesiva. En lo que cuenta y en cómo lo cuenta. Esa es su ‘marca de fábrica’ y quizá también una parte del secreto de su éxito.

Por eso se mueve con total comodidad en estos arreglos y orquestaciones que, a pesar de su ampulosidad, dejan espacio suficiente para que brillen las interesantes melodías de unas canciones, un pelín pegajosas, pero que no llegan a provocar en ningún momento vergüenza ajena.

Más bien al contrario. Yo, por ejemplo, sigo encantado con ‘How Big, How Blue, How Beautiful’, la canción que da título al disco y, mi favorita del álbum por el momento, eso que antes de escribir estas líneas me la he escuchado unas cuantas veces. El majestuoso final de esta historia de pérdida y abandono, con la orquesta funcionando a plena potencia, es de lo mejor que he oído en meses.

Hay más claro en esta colección de 11 canciones que se extienden a lo largo de unos 50 minutos. Ese inicio poderoso y con gancho, de perfecto estribillo llamado ’Ship To Wreck’, la sutileza orquesta de St. Jude o el desgarrador e impresionante trabajo vocal que incluye ese bombazo titulado ‘What Kind Of Man’, por ejemplo.

Pero, también es cierto que, una vez más, los problemas derivados de la diferencia de edad entre quien esto escribe y la artista de cuyo trabajo se ocupa, provocan algún que otro desencuentro. O tal vez sea, simplemente, que el despecho excesivo que también han practicado con éxito divas como Rocio Jurado o ‘La Lupe’, no termina de convencerme del todo.

Pero si obvio, la temática de las letras y alguna que otra metáfora ramplona que haría sonrojar a más de una profesora de lengua y literatura, me encuentro frente a un disco digno y divertido, perpetrado por una artista simpática que, además, funciona muy bien en directo, según se desprende de los videos que tiene colgados en YouTube.

En definitiva, buena música comercial, más que digna, que demuestra, una vez más las virtudes del pop contemporáneo para contribuir al entretenimiento de la afición. Cierto que, de momento, Florence and The Machine aún no se han ganado un sitio en la historia del pop, pero quizá lo consigan próximamente. En cuánto les importen un poco más las canciones en sí mismas y un poco menos la reacción que el público va a tener ante ellas.

Más información